En el áspero escenario aragonés se hicieron fuertes los varones de la reconquista


Entre las estribaciones de los Pirineos y las mesetas castellanas, hállase enclavado el territorio de Aragón. Probablemente es una de las más abruptas partes del suelo español, y tal vez la primera impresión que recibimos es de inhospitalidad y crudeza; pero cuando nos adentramos en el conocimiento de la historia y de las costumbres de su pueblo, aprendemos a respetarlo y a quererlo; porque fue allí, entre esos ceñudos riscos, que tuvo principio la gesta de la Reconquista española.

En la ciudad de Zaragoza, la más importante de la región, podremos admirar manifestaciones conmovedoras de la fe sencilla y apasionada de los aragoneses; entre otras, nos sorprenderá la basílica de Nuestra Señora del Pilar, cuya venerada imagen posee una colección de riquísimos mantos cuajados de piedras preciosas, ofrendas de sus fieles.

La ciudad se extiende sobre lo que fue un virtual desierto, hasta que por orden de Carlos V se construyó el Canal Imperial, que lleva hasta Zaragoza las aguas del Ebro; la planta del centro y sección antigua de la urbe revela su origen romano, por el trazado en damero, típico de aquellas fundaciones.

Desde lo alto del viejo Puente de Piedra, construido en 1447, se aprecia una vista panorámica de la ciudad, e incluso los nevados picos de los Pirineos, en la lejanía y hacia el Norte.

Otra de las poblaciones interesantes por su historia, y la conservación del ambiente propio de edades remotas, es Teruel. La muralla que se erigió en época medieval está aún en pie, rodeando la parte central y más antigua de la ciudad, de calles estrechas y escalonadas. Los techos de algunas casas casi tocan a los de la acera de enfrente, de modo que la vía permanece en sombras la mayor parte de la jornada.

En la iglesia de San Pedro se conservan los restos de los famosos amantes de Teiuel, cuya noble pasión diera origen a mil leyendas.