Los terribles días de Polonia bajo la dominación de los zares


Triste era la vida en la Polonia de aquel tiempo; los pueblos de Europa occidental nunca pudieron soñar los terribles sufrimientos que se padecían en una región tan cercana a ellos. Rusia tenía un complejo sistema de espionaje. Ningún polaco podía sentirse libre ni aun en su propia casa. La gente era detenida y registrada por la policía en las calles, y, si a alguno de ellos se le encontraba algo que lo hiciese sospechoso, era encarcelado. Hasta durante la noche la policía penetraba en las viviendas y obligaba a sus moradores a levantarse de sus camas; la casa era minuciosamente registrada y, a veces, el padre o el hijo de la familia era sacado del hogar y nunca más se lo volvía a ver. Personas detenidas sin motivo justificado permanecían en la cárcel por espacio de meses, pues no podían apelar a nada ni a nadie, víctimas de las arbitrariedades del régimen.

Miles de hombres sufrían de hambre y de frío en las húmedas y oscuras prisiones rusas, y muchos de ellos eran mandados a Siberia, a los rudos trabajos de las minas, por el único delito de ser polacos. Y ellos, abnegados patriotas, querían a Polonia más que a su bienestar, más que a la felicidad y más que a su propia vida. A la carretera central que iba a Siberia la denominaban el “Gólgota polaco”; cientos de ellos eran conducidos por aquella ruta junto con los peores criminales rusos. Los prisioneros debían hacer el recorrido a pie, lo mismo lloviese que nevase o cayese granizo; y si alguno se quedaba rezagado era castigado duramente, con látigos, por los cosacos montados que los vigilaban. Algunas veces uno de ellos caía en medio de la carretera y, si ni los látigos podían hacerlo levantar, moría donde había caído sin que nadie pudiese recoger su cuerpo, que era abandonado a los lobos.