Coronación del gran emperador por el papa en San Pedro


El mismo Papa cantó la misa, y los corazones de los concurrentes estaban emocionados por la grandiosidad de la música y solemnidad de las ceremonias, cuando, hacia el fin, se preparó una gran sorpresa (se dice que aun para el mismo Carlomagno): levantóse el Pontífice, y, tomando en sus manos una espléndida corona, la puso sobre la cabeza del rey, diciendo: “Dios conceda vida y victorias al gran emperador César Augusto”. Soldados, pueblo y clero, todos prorrumpieron en gritos de regocijo; en efecto, Carlomagno era el hombre fuerte de la época, capaz de defender un nuevo Imperio Romano formado con toda la cristiandad (imperio que más tarde fue denominado Sacro Imperio Romano) , en el que la influencia del Papado sobre las naciones que lo componían había de ser cada vez mayor.

Pronto se deshizo el gran imperio de Carlomagno: Francia empezó a formarse bajo una dinastía de: reyes propios, mientras que en Alemania sucedía todo lo contrario, pues durante siglos enteros las tribus fueron poco a poco constituyéndose en estados realmente independientes entre sí, aunque unidos todos ellos por el vínculo del Imperio: los jefes de cada uno de esos estados tenían diferentes títulos y poderes, y los principales de ellos elegían al emperador con la ayuda de tres poderosos arzobispos.

Estudiar la historia de Alemania en estos siglos es como mirar un calidoscopio, cada vuelta del cual produce nuevas combinaciones y cambios pasajeros, pues tan pronto predomina un Estado y absorbe a los demás, o los empuja hacia otra parte del país, como se forma otro nuevo, en tanto los demás, a su vez, se transforman o desaparecen.