La irrupcióm de los bárbaros destruye el mundo cultural hispano-romano


En el año 409 de nuestra era sufrió España la primera invasión de pueblos bárbaros, que como un devastador torrente penetraron por Navarra y Aragón. Alanos, suevos y vándalos derribaron con sus hachas la mayor parte de lo que seis siglos de vida romana habían edificado en la península ibérica, y repartiéronse el país. Galicia fue ocupada por los suevos, en tanto que los alanos se adueñaban de Lusitania y los vándalos señoreaban la Bética, que desde ese entonces pasó a llamarse Vandalucía.

Luego entraron los visigodos, de mayor cultura que los que les precedieron, contra quienes combatieron a las órdenes de su rey Ataúlfo, y que, después de alcanzar la victoria, establecieron su dominio en la zona septentrional del Llobregat y la capital del nuevo reino en Barcelona.

Al promediar el siglo v debieron unirse visigodos y romanos para hacer frente a la invasión de los hunos, a quienes lograron detener en los Campos Cataláunicos (451).

Dos décadas más tarde, Eurico ponía fin a la dominación romana sobre la península hispánica apoderándose de ella, en tanto Odoacro destruía los últimos vestigios del otrora poderoso imperio de los Césares. Eurico se inmortalizó como legislador, pues fue quien primero codificó el derecho consuetudinario visigótico.

Los reyes que le sucedieron distinguiéronse por la saña con que persiguieron a los fieles cristianos, pues desde Alarico todos profesaron el arrianismo; instalaron nuevamente la corte en Barcelona, y debieron luchar contra los merovingios y los bizantinos, hasta que, durante el reinado de Agila, levantóse contra él Atanagildo (554), quien, como resultara vencedor, estableció la corte en Toledo.

De sus sucesores, tal vez el de más brillante memoria fuera Leovigildo, uno de los primeros en concebir la idea de realizar la unidad territorial de la península por medio de la unidad religiosa; pero, en razón de su adhesión al arrianismo, halló dentro de su misma familia oposición, encabezada por su hijo Hermenegildo, ferviente católico, que hubo de pagar con la vida sus creencias. Recaredo, hermano de este príncipe-mártir, ciñó la corona a la muerte de su padre, el rey Leovigildo, y convocado un Concilio en Toledo, abjuró de su arrianismo ante esa asamblea, y abrazó la fe católica; luego echó los cimientos de la unificación política del reino, mediante leyes destinadas a fusionar las dos razas, hispano-romana y visigoda.

Entre sus sucesores destácase Sisebuto, que alcanzó señalados triunfos contra los vascones y bizantinos, y se distinguió por su implacable persecución contra los judíos, quienes habían irrumpido en España en verdaderas oleadas a partir de las deportaciones decretadas por Tito y Vespasiano en el siglo i de nuestra era.
Las leyes que prohibían el matrimonio entre visigodos e hispano-romanos fueron derogadas por Recesvinto, monarca al que cupo la gloria de completar la fusión de ambos pueblos.

Las persecuciones contra los judíos fueron reanudadas por Egica; aquellos emigraron en gran número a Francia y al África, conquistada ya esta última en casi toda la extensión de sus costas mediterráneas por los árabes, quienes llegaban ya a España en son de conquista.