Cómo los reyes católicas, Isabel y Fernando, restauraron la autoridad real


El matrimonio de doña Isabel de Castilla, con don Fernando de Aragón, vino a sellar la unidad de la península ibérica, con la sola excepción del reino de Portugal.

Una nueva política iniciaron los Reyes Católicos, empeñados en restablecer el orden, asentar la autoridad real, reducir los privilegios de la nobleza, harto excesivos, y asegurar una mayor justicia social, amén de restaurar la unidad religiosa.

Abatida la aristocracia, reivindicaron los reyes para sí la plena posesión de todos los atributos y facultades de su rango y soberanía, y, para disponer de poderosas fuerzas con que sostenerse, colmaron de privilegios al antes menospreciado estado llano. Tal era la política que se imponía para anular a los orgullosos señores feudales; era la misma que César había inaugurado en Roma, quince siglos antes.

La restauración del orden, amenazado especialmente por los salteadores de caminos, que en muchos casos gozaban de la protección de algunos señores feudales, fue lograda por la acción sin contemplaciones que desplegó la Sania Hermandad.

Isabel renovó la antigua práctica de los reyes de presidir personalmente los tribunales de justicia, y el resultado de su intervención fue que en el breve período que permaneció en Sevilla usando de esta real prerrogativa, impuso tales castigos a los usurpadores de bienes, que más de cuatro mil individuos de todo linaje y condición, poniendo pies en polvorosa, se refugiaron en Granada o en Portugal.