San Marino, república liliputiense en la cima de una montaña


Abandonadas las costas mediterráneas, nos encaminaremos a través del norte de Italia a la república más pequeña del mundo, y, a la vez, el estado más antiguo de Europa, ya que su fundación data del siglo iv de nuestra era. Podemos llegar a San Marino, desde Italia, por medio del ferrocarril eléctrico que atraviesa montes y valles con ininterrumpida celeridad. La ciudad de San Marino, capital de la República, se halla ubicada en la cima del monte Titano; amurallada a la usanza medieval, una fortaleza, hoy convertida en prisión estatal, corona sus alturas. A causa de lo escabroso del terreno, nos demandaría bastante tiempo recorrer los sesenta kilómetros cuadrados que forman la superficie total de la República. Sólo encontraremos tres ciudades: San Marino, ya citada, sede del gobierno; Serravalle y Borgo Maggiore. Esta última es el centro comercial del país. Quince mil habitantes se reparten en ellas y en los valles, dedicados a la agricultura, a la ganadería en pequeña escala (vacunos y porcinos) y a las importantes industrias derivadas de la! cría del gusano de seda y las abejas. Pero las rentas más crecidas provienen de la venta de sellos postales y de las industrias que elaboran recuerdos para turistas. El gobierno de San Marino es harto curioso: dos capitanes regentes son elegidos anualmente; desempeñan el Poder Ejecutivo durante seis meses cada uno, asistidos por un Consejo de nueve miembros. Empero, la soberanía reside en la Arengo, asamblea integrada por todos los ciudadanos capaces, mayores de edad. Entre ellos se eligen los sesenta miembros del Gran Consejo, de quienes, a su vez surgirán los del Consejo de los Nueve y los capitanes regentes. Los ciudadanos aptos de 16 a 55 años integran la milicia. La moneda circulante es la italiana y la del Vaticano. Existe una escuela técnica y un liceo clásico. San Marino fue respetado por Napoleón, por Mussolini y por Hitler; todos ellos reconocieron la independencia de la pequeña república, que, empero, no se vio libre del conflicto en los últimos días de la segunda Guerra Mundial, pues sufrió daños causados por los bombardeos de la aviación aliada.