Las querellas entre los estados y el derrumbamiento de Atenas


Ya en plena caída, Atenas, para desquitarse de sus quebrantos, proyectó una gran expedición a Sicilia, donde los colonos dorios se habían enriquecido extraordinariamente en Síracusa. Mas el fracaso fue completo, y Atenas quedó más débil que nunca, después del sacrificio de sus mejores marinos y soldados. A los pocos años tornó a renacer, al avivarse en el Helesponto la guerra con los espartanos. Esta vez los atenienses salieron victoriosos, y Bizancio pasó de manos de los espartanos a las suyas; pero el término de la guerra entre los rivales fue decisivo con la toma de Atenas por obra del hambre, tras un largo sitio. Sucedió a estos hechos un deplorable estado de cosas.

Por este tiempo acaeció la aventurera expedición de los 10.000 griegos hasta el corazón de Persia, y su retorno por el mar Negro. Cuando su caudillo Jenofonte llegó a Atenas pasó por la amargura de encontrarse con que su amigo y maestro, el gran Sócrates, había sido condenado a muerte. Sócrates no anhelaba más que hallar la verdad; tenía un modo tan magistral de interrogar a sus oyentes que la ignorancia de éstos se mostraba por sí misma. Su discípulo, Platón, fue igualmente notabilísimo filósofo, cuyas doctrinas estaban destinadas a no morir jamás.

Al pie de la Acrópolis estaba el vasto teatro al aire libre, donde las obras teatrales de los grandes autores se representaron ante un público entusiasta e inteligente, durante unos siglos tan desgarrados por las guerras y las envidias. Aún hoy, más de 2.000 años después, nos arrancan lágrimas y risa ver representar aquellos magníficos dramas de los griegos en los que el carácter y las pasiones del hombre están tan bien pintados que resultan siempre actuales.