Las tropas alemanas ante las puertas de París


Los alemanes habían atravesado como una tromba el norte de Francia, y tendieron sus líneas frente a la Ciudad Luz de la cual en algunos puntos sólo los separaban 30 kilómetros. Comarcas y ciudades de Francia caían hora tras hora en sus manos: Maubeuge, Tourcoing, Lila, Roubaix, Arras. Cambrai, San Quintín, Guisa, Valenciennes, Laon, Reims, Charleville, Sedán y otras muchas fueron ocupadas por los soldados de Guillermo II. Todo hacía presumir que los alemanes eran invencibles.

En medio de tan sorprendente cadena de triunfos, el cable divulgó la noticia de que las fortificaciones de Nancy, después de ruda lucha, no habían cedido al empuje enemigo. En medio del caos alumbró una luz para los aliados. Sin embargo, esto no alteró los planes teutones: rodearon a Nancy y prosiguieron su avance sobre París. La pérdida de la capital de Francia parecía cuestión de horas o a más tardar de días. Cuando todo el mundo aguardaba la noticia de la caída de París, el Estado Mayor francés anunció que en toda la línea de lucha que se extendía desde París hasta la frontera alemana se había empeñado una tremenda batalla, en la cual los atacantes eran los ejércitos franco-británicos. El generalísimo Joffre, aprovechando algunos puntos débiles en las líneas enemigas, ordenó un ataque fulminante. Desde París llegaban continuamente refuerzos, todo medio de transporte había sido requisado, y en carros y automóviles llegaban nombres, que a veces todavía vestían de civil, para combatir en la gran ofensiva. ¡Francia luchaba por sobrevivir!

El gobierno de la República Francesa, encabezado por Poincaré, abandonó a París y se instaló en Burdeos, para poder continuar la guerra en caso de que los alemanes llegaran a tomar la capital.

El 6 de setiembre comenzó la lucha por París, que ha pasado a la historia con el nombre de batalla del Marne. Una idea de lo que debió de ser ese gigantesco choque de dos ejércitos decididos a todo nos la da la orden del día con que el generalísimo francés arengó a sus tropas antes de lanzarlas al combate: “En el momento en que se empeña la batalla, de la cual depende la salvación del país, no es ocasión ya de mirar atrás. Todos los esfuerzos deben ser consagrados a atacar y a rechazar al enemigo. Toda tropa que no pueda avanzar deberá, cueste lo que cueste, conservar el terreno conquistado y dejarse matar en él antes que retroceder.”

Durante seis días -del 6 al 12 de setiembre- ochocientos mil franceses y sesenta mil británicos pelearon furiosamente contra un millón de alemanes, y al terminar la batalla, las tropas del kaiser habían tenido que retroceder cien kilómetros, sufriendo la mayor derrota de la guerra y, acaso, la que decidió completamente el curso de las hostilidades. París estaba salvada, y la invencibilidad germana se había convertido en un mito.