El segundo año de lucha: la guerra de las trincheras


Durante el primer año de guerra las hostilidades se caracterizaron por la gran movilidad de los ejércitos y la rapidez de las acciones. Ninguna de las batallas duró una semana, y los ejércitos se desplazaban continuamente. Pero al iniciarse el año 1915 se vio que los grandes esfuerzos de los combates iniciales habían desgastado considerablemente el poderío de los contendientes. Tanto los aliados como los Imperios Centrales habían llegado al convencimiento de que no podrían obtener una victoria fulminante sin preparar vastos medios de combate y acumular materiales bélicos de toda clase.

A lo largo de todos los frentes se comenzaron a consolidar de parte de ambos contendientes las líneas, y las trincheras, que en principio fueran zanjas cavadas apresuradamente, se convirtieron en verdaderos bastiones. Se abrieron sucesivas líneas de atrincheramiento; unas avanzadas y otras escalonadas a retaguardia, en previsión de que un avance sorpresivo del enemigo sobrepasara a las primeras defensas. Estas trincheras se fortificaron con construcciones de madera, acero y cemento, y se convirtieron en casamatas erizadas de cañones, ametralladoras y fusiles. Verdaderos laberintos las unían, extendiéndose como una verdadera vía de carreteras estratégicas, muchas veces subterráneas. En algunos lugares las trincheras más avanzadas de ambos contendientes apenas estaban separadas por una cincuentena de metros. Allí adentro, en perpetuo acecho, los soldados vigilaban día y noche en previsión de cualquier movimiento enemigo. En estas trincheras pasaron el primer invierno de la guerra millones de hombres, a la expectativa, sin atreverse a atacar. Nieve, fango, enfermedades, falta de alojamiento y un continuo fuego de artillería de parte de ambos bandos, todo esto fue la vida de trincheras durante el invierno de 1914-15.

El alto comando, tanto aliado como de los Imperios Centrales, aguardaba impaciente la llegada de la primavera para empeñar acciones decisivas. Entonces el comando aliado fue el primero en llevar la iniciativa. Se reunieron las mejores divisiones en un punto determinado, se las dotó de millares de ametralladoras y cañones, y se las lanzó al ataque. Con esto se esperaba quebrar las líneas enemigas y obligar de este modo a los invasores de Francia a retirarse hacia Bélgica, y de allí, más tarde, hacia su país. Así se empeñó la batalla conocida con el nombre de ofensiva de Artois, en la que divisiones francesas, apoyadas por los británicos, atacaron bajo el mando del general Pétain las líneas alemanas. Los asaltos a las trincheras germanas se realizaron después de terribles bombardeos con la artillería, y oleadas de infantes atravesaron la tierra de nadie, el espacio entre trinchera y trinchera, en busca del enemigo. Como, pese a la violencia de los ataques, las líneas alemanas permanecieron firmes, los ejércitos franceses apenas pudieron en algunas partes atravesar las primeras trincheras. La batalla, una de las más sangrientas de la guerra, dio como resultado que cayeran prisioneros unos 10.000 alemanes y que el terreno quedara sembrado de millares y millares de muertos de ambos bandos. La esperada victoria no se obtuvo: las líneas de trincheras quedaron sin mayores variaciones, y la batalla de Artois sólo sirvió para desgastar las fuerzas aliadas sin que obtuvieran resultados alentadores.

En setiembre de este mismo año hicieron los franceses la segunda intentona para romper el frente alemán. Después de un bombardeo de artillería de setenta y cinco horas consecutivas, doscientos mil soldados franceses se lanzaron al asalto de las defensas alemanas. Rompieron la primera línea y tomaron 23.000 prisioneros, pero llegados a la segunda línea, fueron rechazados con tremendas pérdidas de infantería y de toneladas de material bélico.

Estas dos intentonas de romper el frente enemigo convencieron al comando aliado de que era necesario disponer de mayores fuerzas, especialmente de más artillería, para poder librar una batalla que fuera decisiva. Durante el resto del año 1915 fueron llegando a Francia más y más regimientos ingleses, para organizar poco a poco el ejército británico, que había de llegar a ser un poderosísimo instrumento de combate. No hubo más batallas y sólo se libraron las llamadas luchas de desgaste, que consistían en lanzar asaltos aislados para sondear el poderío enemigo y mantener constante nerviosidad por el temor de un repentino y poderoso ataque en masa. Se acumulaban toda clase de materiales, especialmente cañones y ametralladoras, y se mantenían inquietas las líneas enemigas con un constante fuego de artillería.