La agitada historia de Londres, la ciudad que no tuvo tiempo de embellecerse


En sus diecinueve siglos de vida, debió sufrir Londres invasiones, saqueos, pestes e incendios que hicieron, en algunos momentos, peligrar su suerte, pero a todo logró sobreponerse esta agrupación humana, cuya evolución se halla reflejada en estas pocas cifras: en 1650 tenía cien mil habitantes, que un siglo y medio más tarde sobrepasaban ya el millón; al comenzar la presente centuria la poblaban seis millones y medio, y en 1959, más de ocho millones.

La historia de Londres es distinta de la de otras ciudades del mundo. Las magnificencias de Ninive o de Babilonia costaron poco, porque había miles de esclavos que efectuaban los trabajos necesarios por poco más del costo de su escasa manutención. Roma fue hermoseada por emperadores que eran dueños del mundo, tenían innumerables siervos y despojaban a todos los pueblos para aumentar el esplendor de la urbe. Con los tesoros del mundo entero construyeron, pues, los romanos, sus espléndidos palacios, templos, teatros y circos.

Florencia fue embellecida por príncipes que amaban el arte y vivían en un tiempo en que podía obtenerse fácilmente el concurso de los más afamados escultores, pintores y arquitectos.

Londres, en cambio, era un yermo cuando los romanos llegaron allí; si se hubiesen quedado, lo habrían transformado tal vez en una gran ciudad, pero tuvieron que acudir a defender su propia capital, y Londres fue entonces devastada repetidas veces por los bárbaros que venían del otro lado del mar.

Los francos, los sajones y los daneses, pueblos belicosos de escasa cultura, no tenían mayor preocupación que la guerra; por lo tanto, al ocupar la ciudad en son de conquista, poco se preocuparon por su embellecimiento. Los normandos, que la conquistaron en el siglo ix, eran más cultos que los anteriores, pero sus reyes, guerreros de pura cepa, jamás pensaron en hermosearla. Con el correr del tiempo la ciudad fue creciendo sin orden alguno y, llegada la hora de darle belleza y grandiosidad, sus habitantes, demasiado ocupados en alcanzar la mayor riqueza y poderío, poco se preocuparon de los detalles estéticos; y como no reclamaban los servicios de grandes arquitectos, constructores, pintores y escultores, éstos no aparecieron en Londres. Cuando por fin se manifestaron algunos de esos genios en la ciudad, ya ésta había sido edificada sin orden ni concierto, lo que tornó imposible situar edificios suntuosos en lugares apropiados, ni abrir anchas avenidas donde sólo había callejuelas tortuosas y miserables.