La caída del imperio de Napoleón y diez años de desorden en Europa


Así, el imperio del “sucesor de Carlomagno”, como le gustaba a Napoleón llamarse a sí mismo, se deshizo más rápidamente de lo que había sido formado. No era fácil tarea devolver el orden a Europa, especialmente cuando muchos de los interesados en el Congreso de Viena se mostraban celosos y egoístas; pero logróse al fin, a pesar de la emocionante interrupción causada por la fuga de Napoleón de Elba, y de los brillantes Cien Días, en los que su genio hizo un último esfuerzo antes de la final y decisiva derrota de Waterloo.

Diez años después el Congreso de Viena aún estudiaba el mapa de Europa. Las esperanzas de poder erigir un Estado alemán unido y libre, concebido durante las guerras de liberación, eran entonces muy vehementes; como coronamiento de esa empresa, deseaba la mayoría un emperador. Sin embargo, las dificultades prácticas de llevar a cabo la centralización estribaban precisamente en este punto. ¿Cómo someter al emperador de Austria bajo la soberanía del rey de Prusia, o viceversa? Este último proclamaba a gritos que no quería convertirse en consejero de gobierno del austriaco. Durante largo tiempo la cuestión alemana no progresó, y aunque en julio de 1815 se firmó el Acta Federal, que establecía un lazo entre los Estados alemanes, la unidad nacional estaba destinada a verificarse bajo el signo de Marte y en favor de la hegemonía de Prusia.