De cómo el ejército francés fue conducido al desastre de Sedán


Los estudiantes de las ciudades universitarias cantaban hasta enronquecer durante toda la noche canciones patrióticas y daban fuertes “hurras” y “vítores”. Los trenes iban atestados día y noche, de soldados que marchaban a las líneas de fuego; y había una afluencia continua de municiones, víveres y ambulancias prontas a ser mandadas a las tropas. El entusiasmo llegó al colmo cuando los Estados del Sur de Alemania, que no se habían unido hasta entonces a la nueva Confederación, quisieron correr la suerte de los Estados del Norte conducidos por el rey de Prusia. Sólo Austria quedó fuera. Francia, por su parte, estaba también llena de valor, y sus soldados se dirigían hacia el Rin gritando entusiasmados “;A Berlín!”, pero su preparación no era tan perfecta como la de Alemania. En el lapso de quince días toda la frontera quedó ocupada por tropas alemanas dispuestas para la acción, y luego en los hermosos y pacíficos bosques y desfiladeros de las montañas de los Vosgos, y en las llanuras cercanas al Rin, las horrorosas escenas de la guerra sumieron en la desolación a millares de seres inocentes.

La guerra se declaró el 15 de julio de 1870. Desde los primeros días el desorden reinó entre los soldados franceses; la causa de Francia no tenía aliados, ni tampoco mereció las simpatías del extranjero. No hubo dirección superior, aunque el emperador Napoleón III se puso con su hijo a la cabeza del ejército. Este ejército valiente, mas poco numeroso, diseminado, sin previsión alguna, sin la menor idea de guerra defensiva, mal dirigido además, me podía vencer a enemigos mucho más numerosos y mucho mejor mandados Después de la insignificante acción de Sarrebruck, Napoleón III se vio obligado a replegarse hacia Alsacia y Lorena, donde se sucedieron rápidamente acciones y derrotas, todas ellas funestas para las armas de Francia.

En el curso de un mes, gran parte del ejército francés fue copado en Sedán y entonces Napoleón III escribió al rey de Prusia: “No habiendo muerte al frente de mis tropas, entrego mi espada a Su Majestad.” Todo el ejército francés se rindió: millares de hombres, con oficiales, generales, mariscales, cañones y caballos; un ejército de 135.000 soldados dejaba de existir como tal.

Grande fue el júbilo y el entusiasmo en la avenida Unter den Linden, cuando el telegrama que anunciaba la victoria llegó a la reina Augusta, quien tuvo que salir al balcón una y otra vez para responder a los vítores del pueblo.