Un viajero que se hizo descolgar por una roca para encontrar la clave de una inscripción


Pero un viajero intrépido, que recorría el vecino reino de Persia, vio que en la cara lateral de una alta roca había una superficie al parecer labrada por manos humanas. Las escaleras de que disponía eran muy cortas para llegar a ella desde abajo; mas él salvó este inconveniente descolgándose desde arriba, y así, no sin gran dificultad, pudo observar una serie de signos, de los que obtuvo una reproducción en calco; el facsímile de aquella inscripción esculpida en la roca, llamada de Behistún, sería el punto de partida para el desciframiento de la escritura cuneiforme.

Los eruditos gastaron muchos años de paciente trabajo en comparar las inscripciones ya halladas con otras que de tiempo en tiempo se descubrían. Gradualmente, sirviéndose del estudio de una lengua conocida, derivada de la misma familia que una de las tres en que estaba redactada la inscripción de la roca de Behistún, se fueron acercando a la anhelada solución, hasta que por fin el triunfo coronó sus esfuerzos. Tuvieron, pues, la dicha de recibir el mensaje de una remota época, por tantos siglos muda e ignota, el cual, según expresión de uno de los antiguos reyes, se escribió en piedra y en arcilla para que llegase a todos los pueblos y edades.

Esas inscripciones, cuyos caracteres se llaman cuneiformes, están esculpidas a cincel en los monstruos de piedra, en los maderos, en los monumentos y en los muros de los templos; en los cilindros y ladrillos se inscribían con un punzón o estilo de punta adecuada, mientras la arcilla estaba aún blanda, y después el cilindro o el ladrillo se secaba al sol o al horno.