Final de un espléndido viaje


La lluvia se prolonga durante dos días, lo cual nos hace sentir menos el tener que abandonar este delicioso país de vacaciones, que ya oculta a nuestros ojos la densa niebla gris. Partimos, pues, en vapor, para ir de Gersau a Lucerna, ya que de ningún modo podríamos marcharnos sin haber visto tan mentada ciudad. Por fortuna, el tiempo se pone bueno a la mañana siguiente, lo que nos permite dar un paseo por los muelles, bajo la sombra de los castaños, gozando de las hermosas vistas que nos ofrece el lago, con el constante ir y venir de vapores, y la corriente gris y vertiginosa del Reuss. Los viejos puentes con techumbre son muy interesantes, así como los antiguos edificios donde se ostentan muestras y letreros colgados, según era la costumbre en la Edad Media. Vemos también el famoso León Agonizante, tallado en la roca, y pensamos en el valor heroico de los guardias suizos que defendieron las Tullerías hasta morir, según aprendimos en la historia de Francia.

Algunos de nosotros queríamos emplear más tiempo visitando los tentadores comercios, para llevarnos a casa recuerdos del viaje, tales como típicos objetos de plata, flores de marfil, pintadas, y las siempre encantadoras esculturas de madera de los pequeños tallistas de Berna. Pero todavía nos queda otra excursión por hacer. En tranvía eléctrico primero, y después en un funicular, nos trasladamos a Sonnenberg, eminencia que se levanta detrás de Lucerna, y donde pasamos la tarde agradabilísimamente, despidiéndonos de los lagos y de las montañas, por las que ya sentíamos verdadero amor.

Por fin partimos de Lucerna, planeando un nuevo viaje para el año próximo y prometiéndonos ver entonces los dibujos de Holbein, en Basilea.