Los espléndidos templos y el palacio encantado de la capital japonesa


Los templos y sepulcros de los shogunes forman uno de los grandes espectáculos de esta pintoresca ciudad, con sus avenidas de cerezos. Hállase también en ella el palacio imperial, con sus salas de cristal y sus hermosos techos y brocados. En noviembre reúnense millares de personas para admirar la soberbia exposición de crisantemos. Las distancias son tan largas en las ciudades populosas, que no se encuentran vinrikshas (carruajes típicos), para todos los que las piden. Los culis tiran de ellos veloces, aun en los caminos de la campiña.

Yokohama, puerto de Tokio, es el punto donde desembarcan más visitantes. Vese aquí el sepulcro de Yorimoto, el primero shogun, y a poca distancia se yergue la gran estatua de bronce que representa a Buda, uno de los mejores trabajos artísticos japoneses, de quince metros de altura aproximadamente, que deja en el ánimo del visitante una impresión profunda de calma y majestad.

Los japoneses tienen el siguiente proverbio: “No emplees la palabra "magnífico" mientras no hayas visto a Nikko”. No solamente ésta es una ciudad hermosísima, sino que incluye todo un distrito montañoso, cuya altitud es de unos seiscientos metros sobre el nivel del mar. Entre las muchas bellezas naturales que encierra cuéntanse numerosas cascadas, hermosos matices otoñales y una vegetación variada y exuberante, junto con los interesantísimos sepulcros de los shogunes y santos, y los espléndidos templos budistas.