Cómo la magnífica civilización egipcia fue destruida por las invasiones de los asirios


Durante mil años, aproximadamente, después de haber reinado esta brillante rama de la famosa dinastía de Ramsés, el poderío de Egipto fue, en conjunto, decayendo poco a poco, a causa de los disturbios que de continuo se sucedían. Durante este período, los sacerdotes de tantos y tan magníficos templos hiciéronse cada vez más ricos y más poderosos, hasta que al fin se proclamaron reyes. Si examinamos las momias y las cajas que las contienen, veremos que hay muchas que pertenecieron a sacerdotes y a sacerdotisas, a porteros y a turiferarios, y a otros oficiantes,, de las grandes comunidades religiosas. Durante este tiempo el país se dividió en pequeños estados y entró en una rápida decadencia que preparó el advenimiento de reyes extranjeros; entonces fue cuando los reyes de Asiria vieron la oportunidad y comenzaron atacando a Egipto en su misma frontera, y continuaron impetuosamente su camino a través de la península de Sinaí, también llamada Puente de las Naciones. Recorrieron todo el país devastando las cosechas para que el pueblo se muriese de hambre, y destrozando los hermosos templos y monumentos. Hállase la relación de tantas desgracias en la historia de Asiria, en la cual se puede leer la descripción hecha con tanto orgullo por los mismos conquistadores de Egipto. Después volvió a vérselo florecer por algún tiempo, pero sólo para ser nuevamente devastado de un extremo a otro por los asirios, hasta que éstos cayeron también bajo una nueva y poderosa nación que surgió en Asia: la de los persas. Entre las revueltas segunda y tercera, durante el siglo v antes de Jesucristo, llegó a Egipto un viajero muy notable, griego de origen, que fue allí con el fin de recoger datos para su Historia de las Guerras Persas. Llamábase este autor Heródoto, el padre de la Historia, quien escribió en forma de agradable conversación las impresiones que había recibido en aquel maravilloso país al contemplar las inundaciones del Nilo, las pirámides y otros grandiosos monumentos y edificios. Todavía podemos leer hoy, por más que Heródoto dejó de escribir hace más de dos mil años, sus interesantes narraciones.

Los persas fueron también arrojados a su vez por aquel conquistador del mundo llamado Alejandro Magno, de Macedonia. Su estancia en Egipto fue muy breve, pero su brillante paso ha dejado huellas imborrables. Atravesó como un relámpago el desierto, para ir a adorar en su templo al dios Júpiter Amón, de quien se creía descendiente, y proyectó y fundó la gran ciudad de Alejandría, a la cual dio su nombre y que, reinando sus sucesores, llegó a ser una de las más importantes del mundo.

Tres siglos antes de Alejandro, un rey de Egipto había empleado soldados griegos y había permitido también que los comerciantes de ese pueblo se establecieran en el Delta. Antes de este tiempo estaba Egipto cerrado para los extranjeros, como lo estuvo también China hasta el siglo pasado; pero aquellos griegos se abrieron, camino a través del país, y poco a poco su inteligencia mercantil, su admirable destreza en el cultivo de las artes y su facilidad para adquirir toda clase de conocimiento extendieron la influencia helénica hasta una gran distancia, a lo largo del Nilo. Establecieron una colonia en Naucrates, que llegó a ser una gran ciudad griega, famosísima durante este tiempo, y los exploradores de nuestros días hallan todavía muchísimos tesoros ¿riegos de todo género enterrados en varios puntos del delta del Nilo.