Bajo la égida de los Tolomeos Egipto vivió su esplendor postrero


Los reyes que sucedieron a Alejandro fueron los Tolomeos, el primero de los cuales fue uno de los generales del conquistador. Señaláronse éstos como grandes constructores y restauradores de obras, y a ellos se deben el templo de Edfu y los de la isla de Filoe, cerca de la gran presa de Asuán.

Los Tolomeos favorecieron también mucho a la ciudad de Alejandría, y establecieron en ella la inmensa biblioteca, destruida, desgraciadamente, siglos después por un incendio, y a la cual acudieron algunos de los más famosos eruditos griegos. Otro de los Tolomeos construyó el gran faro, que tenía una altura excepcional y que era, como las pirámides, una de las maravillas del mundo antiguo. La luz que despedía sirvió de guía durante muchísimos años a las naves que entraban felizmente en su doble puerto, pero hoy no queda de todo aquello la menor huella. El mismo Tolomeo hizo traducir al griego el Antiguo Testamento, que sólo estaba escrito en lengua hebraica, y eran muy pocos, por tanto, los que lo conocían. Otra de las buenas obras del gran rey fue ordenar a un escriba egipcio, llamado Manetón, conocedor del griego, que escribiese en esta lengua una historia de Egipto y su religión; y, aunque hoy día no conservamos ya los originales, otros escritores copiaron la obra de Manetón, y así hemos podido servirnos de las listas de los reyes y otros particulares, que tan cuidadosamente había compilado.

El decreto grabado en la piedra de Rosetta fue dictado durante el reinado de Tolomeo V. Compréndese ahora por qué se puso la traducción griega debajo de la escritura egipcia. Usábanse entonces ambas lenguas en Egipto, y al paso que esta nación iba helenizándose, se proyectaba cada vez más hacia Oriente una sombra que se deslizaba lentamente desde Roma; pasó por la misma Grecia a mediados del siglo ii antes de Jesucristo y llegó a Egipto unos cien años más tarde.

El fin de la independencia de este reino y cómo pasó a ser una provincia romana constituyen una historia tristísima. El inmortal Shakespeare fundó sobre ella una de sus más grandes concepciones: Antonio y Cleopatra. Esta hermosa reina fue la última de la dilatada dinastía de los Tolomeos, y antes que caer en manos de los romanos invasores hizo que la picara un áspid venenoso. Cuando los romanos penetraron en palacio, la encontraron ya cadáver, vestida y adornada con sus mejores galas.