La conquista de Roma y posterior unificación de Italia


Después de su coronación, Víctor Manuel no había tenido otro pensamiento que el de hacer fuerte el Piamonte y prepararse a una guerra decisiva con Austria. Mas no pudiendo competir con esa gran potencia, el conde de Cavour, ministro del rey, logró la alianza con Napoleón III, rey de Francia, y el auxilio de sus tropas. Pasó a Italia con un ejército, y los franco-piamonteses combatieron en Montebello, Palestro, Magenta y después en Solferino y San Marti-no; así avanzaron de victoria en victoria, mientras hacía prodigios con sus cazadores el intrépido Garibaldi, quien en pocas semanas conquistó la isla de Sicilia y el reino de Nápoles, secundado en esta última empresa, por el ejército de Víctor Manuel. En 1866, habiendo estallado la guerra entre Austria y Prusia, se presentó la ocasión favorable para libertar el Véneto; la victoria de Prusia obligó a Austria a pedir la paz, e Italia obtuvo, por mediación de Napoleón, el Véneto, pero debió renunciar al Trentino, ya ocupado por Garibaldi y Médicis.

Faltaba conquistar a Roma, que constituía el dominio temporal del Papa; a esta empresa no podía menos de aspirar un hombre como Garibaldi. En 1867 invadió el agro romano y batió a los soldados pontificios en Monterotondo, pero el ejército francés, mandado por Napoleón III en defensa de Pío IX, derrotó a las huestes garibaldinas y les causó estragos.

Finalmente, la guerra de 1870 entre Francia y Prusia privó al Pontífice de la ayuda de los franceses, y las tropas italianas entraron en Roma el 20 de setiembre de 1870. Italia era una, unida en Roma, su capital, con un rey constitucional, un Parlamento, un ejército fuerte y libre, solícita de la concordia de sus ciudadanos y ávida de alcanzar, por las vías de la paz y del progreso, a las naciones más civilizadas del mundo.