RIKKl-TIKKI-TAVI Primera Parte


Esta es la historia de la gran guerra que Rikki-tikki-tavi sostuvo, con su solo esfuerzo, en los cuartos de baño del gran bungalow, en el acantonamiento militar de Segowlee. Ayudóla Darzee, el pájaro tejedor, y Chuchundra, el almizclero, que no anda nunca por en medio del piso, sino que se arrastra arrimado a las paredes, fue quien la aconsejó; mas Rikki-tikki llevó todo el peso de la encarnizada lucha.

Era una mangosta, muy parecida a un diminuto gato en la piel y en la cola; pero mucho más semejante a una comadreja por la cabeza y por las costumbres.

Los ojos y el extremo de su inquieto hocico teníalos de color de rosa; podía rascarse donde se le antojara con cualquiera de sus patas que quisiera usar, fueran las anteriores o las posteriores; sabía enderezar la cola poniéndola de modo que pareciera un escobillón, y su grito de guerra mientras se deslizaba por la hierba era: Rikk-tikk-tikki-tikki-tchick.

Un día, una de las grandes avenidas del verano llevósela de la madriguera en que vivía con sus padres, y la arrastró, pateando y cloqueando como una gallina, hasta una zanja abierta al borde de un camino. Encontró allí un hacecillo de hierbas que flotaba en el agua y se cogió a él; así permaneció hasta que perdió el sentido. Al volver en sí estaba echada al sol en mitad de uno de los caminillos de un jardín, muy mal cuidado, por cierto, y un niño decía junto a ella:

-Aquí hay una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.

-No -dijo su madre-. Vamos a llevarla adentro para secarla. Tal vez no esté muerta aún.

Lleváronla a la casa, donde un hombre grueso la cogió con el pulgar y el índice, y dijo que no estaba muerta, sino medio ahogada, por lo cual la envolvieron en algodón, la calentaron, y ella entonces abrió los ojos y estornudó.

-Ahora -dijo el hombre grueso (un inglés que acababa de mudarse al bungalow)-, no la asustéis, para que no se escape, y luego veremos lo que hacemos con ella.

Diéronle un pedacito de carne cruda, que a Rikki-tikki le gustó muchísimo, y, cuando lo hubo comido, fuese a la galería de la casa, se sentó al sol y erizó todos los pelos de su piel para que se secaran hasta la raíz. Y hecho esto, sintióse mejor.

-Hay en esta casa más cosas que descubrir -se dijo- que cuantas pudiera hallar toda mi familia en su vida. Yo aquí me quedo, para irlo inspeccionando todo.

A las primeras horas de la mañana siguiente, Rikki-tikki, colocada sobre el hombro del niño, fue llevada a almorzar a la galería; comió allí plátano y huevo pasado por agua, y púsose sucesivamente sobre las rodillas de todos, porque no hay mangosta bien educada que no sienta siempre la esperanza de llegar a convertirse algún día en animal doméstico, teniendo a su disposición salas en que corretear, y, además, la madre de Rikki-tikki (que había vivido en la casa del General, en Segowlee), tuvo buen cuidado do enseñarle lo que había que hacer si algún día se hallaba entre hombres blancos.

Luego fuese Rikki-tikki al jardín para ver cuanto hubiera en él digno de ser visto. Era el jardín vasto, a medio cultivar, con espesos rosales de los llamados “Mariscal Niel”, grandes como glorietas; naranjos y limeros; grupos de bambúes y montones de hierba alta. Rikki-tikki se relamió de gusto al contemplar aquello.

-Esto es un magnífico cazadero -se dijo, y la cola se le puso, hacia la punta, como un escobillón, con sólo pensarlo. Comenzó luego a correr de un extremo a otro, husmeando aquí y allá, hasta que oyó plañideras voces dentro de un espino.

Los que las producían eran Darzee, el pájaro tejedor, y su esposa. Habían construido un nido precioso con sólo juntar dos grandes hojas, coser los bordes con fibras y llenar el hueco con algodón y pelusa, blanda como pluma finísima. El nido se balanceaba, mientras ellos estaban sobre el borde lamentándose.

-¿Qué ocurre? -preguntó Rikki-tikki.

-Estamos inconsolables -dijo Darzee-, uno de nuestros cuatro pequeñuelos se cayó ayer del nido, y Nag se lo comió.

-¡Ah! Triste caso es éste... -contestó Rikki-tikki-...Pero yo soy aquí forastera. Decidme: ¿quién es Nag?

En vez de contestar, Darzee y su esposa desaparecieron metiéndose en el nido, porque de la espesa hierba que crecía al pie del arbusto salió sordo silbido... algo horrible, frío, que hizo saltar hacia atrás a Rikki-tikki, a medio metro de distancia. Entonces fueron saliendo de la hierba, por pulgadas, la erguida cabeza y la extendida capucha de Nag, la gruesa cobra negra, y su longitud era de un metro y medio desde la lengua hasta la cola. Cuando hubo levantado del suelo una tercera parte de su cuerpo se quedó balanceándose, ni más ni menos que como se balancea en el aire un corimbo de dientes de león, y miró a Rikki-tikki con aquellos ojos malvados de las serpientes, que nunca cambian de expresión, sea lo que fuere lo que la serpiente piense.

-¿Quién es Nag? -dijo-. Soy yo. El gran dios Brahma puso sobre nuestra gente su sello cuando la primera cobra extendió su capucha para que el sol no tocara a Brahma mientras dormía. ¡Mírame y tiembla!

Ensanchó entonces más que nunca su capuchón, y Rikki-tikki vio detrás de él una señal como de unos espejuelos, comparable exactamente a la hembra en que encajan los corchetes. Tuvo miedo por un instante; pero es imposible que a una mangosta le duren los sustos mucho más, y, por otra parte, aunque Rikki-tikki no había visto nunca una cobra viva, su madre la había alimentado con cobras muertas, y sabía perfectamente que la misión de una mangosta grande en este mundo es pelearse con serpientes y comérselas. También Nag estaba enterada de esto y, en el fondo de su helado corazón, no era menor el miedo que sentía.

-¡Bueno! -dijo Rikki-tikki, y su cola empezó a erizarse de nuevo-: tanto si tienes esas señales como si no, ¿crees tú que está bien el comerse a los pajarillos que se caen del nido? ¿Te parece correcto hacerlo? Nag parecía pensativa y observaba el menor movimiento que se produjera en la hierba detrás de Rikki-tikki. Comprendía que el haber mangostas en aquel jardín significaba la muerte más o menos próxima para ella y para su familia; pero deseaba coger a Rikki-tikki descuidada y no en guardia como estaba ahora. Así, bajó un poco la cabeza y con todo disimulo la echó hacia un lado.

-Hablemos -dijo-. Tú comes huevos; pues bien: ¿por qué no he de comer yo pájaros?

-¡Mira hacia atrás! ¡Mira hacia atrás! -cantó entonces Darzee.

Era Rikki-tikki demasiado lista para perder tiempo mirando. Pegó un brinco en el aire, tan alto como le fue posible, y precisamente en aquel momento pasó por debajo de ella, silbando, la cabeza de Nagaina, la malvada esposa de Nag. Habíase deslizado detrás de la mangosta, mientras estaba ésta hablando, con intención de matarla, y Rikki-tikki oyó su rabioso silbido por haber errado el golpe. Saltó ésta casi atravesada sobre su espalda, y, si hubiera sido una mangosta vieja, habría comprendido que aquél era el momento de partirle el espinazo de una sola dentellada; pero tuvo miedo del terrible latigazo que con la cola daba la cobra. Mordió, eso sí, pero no hizo durar bastante el mordisco, y saltó fuera del alcance de aquella cola, dejando a Nagaina herida y furiosa.

-¡Darzee! ¡Malo! ¡Malvado! -dijo Nag. azotando el aire a tanta altura como le fue posible, en dirección al nido que había en el espino; pero Darzee lo había construido fuera del alcance de las serpientes, y así no hizo más que balancearse.

Rikki-tikki sintió que los ojos le ardían y se le inyectaban de sangre (señal de ira en las mangostas), y se sentó sobre la cola y las patas traseras como un diminuto canguro, mirando en torno suyo y rechinando los dientes con rabia. Pero Nag y Nagaina habían desaparecido ya entre la hierba. Cuando una serpiente yerra el golpe enmudece de momento y no da señal alguna de lo que piensa hacer después. Rikki-tikki no sintió el menor deseo de seguir a aquéllas, porque no estaba muy segura de que pudiera batirse con dos serpientes a la vez. Así, fuese hacia el caminillo enarenado, cerca de la casa, y sentóse allí para pensar. El asunto era para ella de excepcional importancia. Sin embargo, cuando Teddy vino corriendo por el caminillo, estaba ya Rikki-tikki tranquila y en disposición de que la acariciaran.

Pero, precisamente en el momento en que Teddy se agachaba, hubo algo que se movió un poco entre el polvo, y una débil voz dijo:

-¡Cuidado! Yo soy la Muerte.

Era Karait, la minúscula serpiente de color de tierra, que gusta de echarse entre el polvo, y cuya mordedura es mortífera como la de la cobra. Pero es tan pequeña que nadie piensa en ella, y por eso resulta mucho más peligrosa.

Los ojos de Rikki-tikki se inyectaron de nuevo, y dirigióse, como bailando, hacia Karait, con aquel balanceo extraño y aquella ondulante marcha que había heredado de su familia. Ofrecía el más raro aspecto; pero estaba tan perfectamente medida y equilibrada aquella marcha, que desde cualquier ángulo podía salir disparada cuando quisiera, y esto es una ventaja para habérselas con una serpiente. No sabía Rikki-tikki que se había metido en empresa mucho más peligrosa que la de batirse con Nag, porque Karait es tan pequeña y puede revolverse con tanta facilidad que, como Rikki no acertara a morderla precisamente detrás de la cabeza, recibiría ella la picada sobre un ojo o un labio. Rikki, ignorando esto, tenía los ojos como ascuas y se balanceaba de atrás hacia adelante, buscando con la mirada un buen sitio donde hacer presa. Karait atacó de pronto. Saltó de lado Rikki y trató de lanzarse sobre ella; pero la mal intencionada cabeza, gris y polvorienta, embistió, tocándole casi el hombro, y entonces viose Rikki obligada a saltar por encima del cuerpo de la víbora, mientras la cabeza de ésta seguía muy de cerca las patas de la mangosta.

Teddy gritó a la gente de la casa:

- ¡Mirad, mirad! Nuestra mangosta está matando una serpiente.

Rikki-tikki oyó un grito de la madre de Teddy, y el padre salió provisto de un bastón; pero durante el tiempo que tardó en llegar, Karait había dado una embestida poco prudente, y Rikki-tikki saltó; arrojóse sobre la espalda de la serpiente; bajó la cabeza cuanto pudo entre las patas delanteras; hincó los dientes, lo más alto posible, en la espalda, y cayó rodando a alguna distancia. Aquel mordisco había dejado completamente inmóvil a Karait, y Rikki-tikki se preparaba ya a devorarla, empezando por la cola, según costumbre de la familia a la hora de la comida, cuando se acordó de que lo que hace a una mangosta sentirse algo pesada es el comer en abundancia, y que para conservar toda su fuerza y agilidad necesitaba estar flaca.

Fuese, pues, a tomar un baño de polvo a la sombra de unas matas de ricino, mientras el padre de Teddy golpeaba a la muerta Karait.

Esa noche llevósela Teddy a su cama, y se empeñó en que durmiera debajo de su barbilla. Era Rikki-tikki harto bien educada para morderlo o arañarlo: pero, en cuanto Teddy hubo conciliado el sueño, marchóse ella a dar su acostumbrado paseo alrededor de la casa, y en la oscuridad tropezó con Chuchundra. el almizclero, que se arrastraba junto a una pared. Es Chuchundra un animalito que vive desconsolado. Llora y se queja durante toda la noche intentando atreverse a correr por el centro de las habitaciones; pero nunca cobra ánimo para llegar hasta allí.

-No me mates -dijo Chuchundra, casi sollozando-. Rikki-tikki, no me mates.

-¿Te figuras tú que el que mata serpientes mata almizcleros? -preguntó Rikki-tikki desdeñosamente.

-Los que matan serpientes serán muertos también por ellas -observó Chuchundra con aire más triste que nunca-. ¿Y cómo he de tener yo la seguridad de que Nag no se equivocará alguna noche oscura confundiéndome contigo?

-No hay cuidado, ni remotamente, de que ocurra -contestó Rikki-tikki-. Porque Nag está en el jardín, y yo sé que tú no te asomas por allí.

-Mi prima Chua, la rata, me habló... -dijo Chuchundra, y de pronto se quedó callado.

-¿Te habló de qué?

-¡Chito! Nag está en todas partes. Rikki-tikki. Tú debías haber hablado con Chua, allá en el jardín.

-Pues no lo hice... y por lo tanto, eres tú quien va a hablar ahora. ¡Pronto, Chuchundra, o te muerdo!

Sentóse Chuchundra y se puso a llorar de tal modo que las lágrimas le corrían por los bigotes.

-Soy un pobre desgraciado -exclamó sollozando-. Jamás tuve la fortaleza de espíritu necesaria para correr por el centro de una sala. ¡Chito! Nada debo decirte. ¿No oyes, Rikki-tikki?

Púsose ésta a escuchar entonces. La casa estaba completamente tranquila; pero le pareció que oía un rac-rac suavísimo, muy apagado (un ruido como el que causa una avispa caminando por el cristal de una ventana), el seco rumor que produce una serpiente al rozar sobre ladrillos.

-Esto es Nag o Nagaina -pensó-, que se introducen en la compuerta del cuarto de baño. Tienes razón, Chuchundra -dijo-: debía haber hablado con Chua.

Fuese, deslizándose silenciosamente, al cuarto de baño de Teddy; pero como nada vio allí, dirigióse al de la madre del niño. En la parte baja de una de las paredes de estuco había un ladrillo levantado para que sirviera de compuerta por donde penetrara el agua del baño, y cuando Rikki-tikki entró, pasando por la orilla de los bordillos de cal y canto sobre los cuales está el baño, oyó a Nag y a Nagaina que hablaban muy bajo en la parte de afuera de la casa, a la pálida luz de la luna.

-Cuando la casa esté vacía -dijo Nagaina a su marido-, ella se verá precisada a marcharse, y entonces el jardín volverá a ser nuestro. Entra sin hacer ruido, y acuérdate de que al primero a quien hay que morder es al hombre que mató a Karait. Luego sal, ven a decírmelo, y juntos daremos caza a Rikki-tikki.

-Pero ¿estás segura de que ganaremos algo matando a la gente? -preguntó Nag.

-Lo ganaremos todo. Cuando no había nadie en el bungalow ¿teníamos, acaso, alguna mangosta en el jardín? Mientras el bungalow esté deshabitado nosotros seremos aquí el rey y la reina; y acuérdate de que en cuanto los huevos que hemos puesto en el melonar se rompan y nazcan nuestros pequeñuelos (cosa que podría ocurrir mañana mismo), necesitaremos más espacio y mayor tranquilidad.

-No se me había ocurrido eso -dijo Nag-. Iré; pero no es preciso que demos caza a Rikki-tikki. Mataré al hombre grueso y a su mujer, y hasta al niño si puedo, después de lo cual me iré tranquilamente. Entonces, como quedará vacío el bungalow, Rikki -tikki se marchará.


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