LA HIJA DEL REY EN LA MONTAÑA. LA HISTORIA DE CUPIDO Y PSIQUIS


Antiguamente vivía en Grecia un rey que tenía tres hijas. Psiquis, la menor de todas, era de una hermosura extraordinaria.

Cuando pasaba por las calles, la gente arrojaba flores a su paso; todos la adoraban. Pero cuando llegó el tiempo de casarla, el rey recibió un misterioso aviso de que la llevase a una montaña salvaje y la dejase allí.

“¡Ah!, pensó el pueblo. Nuestra amable Psiquis probablemente va a ser sacrificada.”

Y así era, en efecto. El pueblo había dicho que Psiquis era más hermosa que la misma Venus. Ahora bien, Venus era el espíritu de la belleza; por esto, aun cuando el pueblo decía verdad, Venus estaba, sin embargo, irritadísima. Tenía un hijo llamado Cupido, el cual era el espíritu del Amor; a éste le mandó que casara a Psiquis con el hombre más feo que existiera en la Tierra.

Por esto, cuando Psiquis fue llevada a la montaña, sopló un viento mágico que la llevó a un extraño palacio, donde la joven fue cuidada por espíritus invisibles, que tocaban una música encantadora y le servían un manjar delicioso. Cuando, he aquí que, en medio de la oscuridad de la noche, fue alguien a decirle palabras tan tiernas que Psiquis se enamoró de aquel que tan dulcemente le hablaba y consintió en ser su esposa. Entonces le dijo él:

-Psiquis, puedes hacer lo que gustes en este palacio que he construido para ti. Sólo una condición te impongo: que no quieras ver mi rostro.

El esposo de Psiquis era muy dulce y amable para con ella, pero como únicamente iba de noche, la joven se sentía muy sola durante todo el día. En cierta ocasión, un viento mágico le llevó a sus hermanas. Esta visita le causó un gran disgusto, pues le dijeron que, por mandato de Venus, Cupido la había casado con un monstruo.

-Éste es tu esposo -le dijeron-. Por eso no te permite que le veas la cara.

A la noche siguiente, Psiquis encendió una lámpara y miró a su compañero mientras dormía. ¡Era Cupido, el espíritu alado y radiante del Amor! En su alegría, levantó en alto la lámpara, dejando caer una gota de aceite caliente, que lo despertó.

-¡Ah, Psiquis -exclamó-. Hemos de separarnos. Ahora sabrá mi madre que me he enamorado de ti y que en vez de hacer que te casaras con un monstruo, me he casado yo contigo en secreto. ¡Adiós!

Y desplegando sus alas, escapó. A la mañana siguiente, Psiquis se dispuso con gran valor a seguirle, y después de haber vagado tristemente por el mundo, llegó al palacio de Venus, en donde se quedó como criada con la esperanza de ver a Cupido. Pero Venus la reconoció, y, más enojada que nunca, la dedicó a los trabajos más peligrosos, a fin de que hallase en ellos la muerte. Con todo, Psiquis era tan amable y se hallaba tan solitaria y triste, que todo el mundo se ponía en su favor y la ayudaba. Venus, entonces, tramó un plan contra ella, a fin de perderla.

-Toma este estuche de oro -le dijo-, llévalo a la reina de los muertos, y pídele que te lo llene con el ungüento mágico de la belleza.

Sabía Psiquis que ningún mortal había vuelto de la Tierra de los muertos, y, en su desesperación, subió a una torre para arrojarse desde lo alto y morir. Pero las mismas piedras, llenas de compasión por ella, le dijeron:

-No te desesperes. Hallarás un camino que conduce a la Tierra de los muertos por el monte Tártaro. Ve allí y lleva dos monedas de cobre en la boca y dos tortas de miel, una en cada mano.

Así lo hizo Psiquis, llena de alegría. Llegó a la Tierra de los muertos, y un barquero la hizo pasar el río de la Muerte, recibiendo en pago una de las monedas de cobre. Saltó luego a su paso un horrible perro de tres cabezas, mas ella le arrojó una torta de miel y el perro la dejó pasar.

La reina de los muertos le llenó el estuche de oro, y mediante la otra torta de miel y la otra moneda de cobre, pudo Psiquis volver a la Tierra llena de verdor y de luz.

Entonces abrió el estuche para ver lo que en él se contenía. Era ello precisamente lo que Venus esperaba. El estuche estaba lleno de vapores ponzoñosos, los cuales, levantándose impetuosamente sobre el rostro de Psiquis, la desvanecieron. La pobre cayó sobre la hierba; pero Cupido, que la había seguido cuidadoso en todas sus pruebas, voló ahora en su ayuda y disipó los vapores del rostro de la joven. Tomándola entonces en brazos, desplegó sus alas y la llevó a la Tierra de la inmortalidad. Y allí viven todavía unidos, gozando eternamente de una alegría sin fin.