LA BALADA DE ROLANDO


Pocas personas hay que aún recuerden la historia del niño Rolando, antiguamente muy popular. Shakespeare, en El rey Lear, cita este verso de la balada que la refería:

El pequeño Rolando llegó a la torre oscura, pero muy pocos de sus lectores saben a qué quiso referirse el inmortal dramaturgo, porque la antigua balada ha sido olvidada ya.

El niño Rolando era uno de los hijos del rey Arturo; tenía dos hermanos mayores y una hermana muy hermosa, llamada Elena. Un día, en Carlisle, estaban los cuatro jugando a la pelota, y Rolando dio a ésta un puntapié tan fuerte que la hizo volar por encima de la iglesia.

Elena fue a buscarla, mas no volvió. Sus hermanos recorrieron Carlisle de una parte a otra, pero como no les fue posible hallar a la joven, el hermano mayor fue a visitar al famoso mago Merlín y le preguntó si sabía dónde estaba su hermana.

-La hermosa Elena ha sido raptada por las hadas -dijo Merlín-. Se halla ahora en el castillo del rey de Trasgolandia y no existe caballero en la cristiandad que pueda libertarla.

A pesar de ello, los dos hermanos mayores resolvieron valerosamente rescatar a su hermana y después de recibir sabios consejos de Merlín, marcharon a intentar su peligrosa empresa, pero tampoco regresaron.

El niño Rolando fue entonces a la cueva de Merlín y le rogó que le prestara su ayuda y le diera sus consejos, porque él también estaba decidido a arriesgar su vida para hallar a su hermosa hermana. El buen mago le indicó cómo podría llegar al país de las hadas y añadió:

-Y cuando hayas llegado allí, acuérdate de que no has de comer ni beber absolutamente nada, porque de ello exclusivamente depende el éxito.

Al llegar al país de las hadas. Rolando vio a un pastor que estaba al servicio de éstas y le preguntó:

-¿Podéis indicarme dónde está el castillo del rey de Trasgolandia?

-No -contestó el pastor-, pero a alguna distancia de aquí hallaréis a un compañero mío y tal vez os podrá indicar lo que preguntáis.

Al llegar a donde estaba el otro pastor, Rolando le hizo la misma pregunta, y el interpelado le dijo que podría adquirir noticias de lo que preguntaba de una mujer que a cierta distancia en el valle se dedicaba al cuidado de gran número de gallinas.

-Sigue adelante -dijo la buena mujer cuando el niño le preguntó- hasta que llegues a una colina verde, rodeada de terrazas, desde la cima a la base. Es preciso que des tres vueltas a su alrededor, en dirección contraria a la carrera del Sol, diciendo al mismo tiempo: “Ábrete puerta y déjame entrar”, y la puerta se abrirá.

El niño siguió las instrucciones que le diera la buena mujer y por fin vio que en la verde colina se abría una puerta, que se cerró tras él en cuanto hubo pasado el umbral. Entonces, se halló en un pasaje que conducía al palacio del rey de Trasgolandia.

Llegó a una sala inmensa, cuya bóveda estaba sostenida por columnas de oro y plata y por arcos de diamantes Coleada de una cadena de oro en el centro de la bóveda, había una gran -er1" hu"<" v transparente que alumbraba la sala con radiante luz. Por todas partes centelleaban rubíes y esmeraldas y en un extremo del salón estaba sentada Elena, bajo un gran dosel, peinando su cabello con un peine de plata.

-Vete, Rolando -le gritó- vete, porque, aun cuando tuvieras cien mil vidas, no podrías sustraerme al poder del rey de Trasgolandia.

Luego, al observar que el niño estaba hambriento y cansado, le dio un tazón de oro lleno de aromática leche y un panecillo ternísimo y blanco como la nieve.

Pero cuando Rolando llevaba el tazón a sus labios, recordó que si probaba alimentos propios de las hadas, no volvería a ver la luz del sol.

-No quiero comer ni beber -exclamó vaciando la taza en el suelo- hasta que consiga verte libre.

Entonces resonó un trueno y apareció en la sala el rey de Trasgolandia, mirando furiosamente a su alrededor.

-¡Si yo puedo cogerte vivo, te mataré! -rugió dirigiéndose al niño.

Éste desenvainó la espada encantada de su padre, llamada Excalibur, y se precipitó hacia el rey. Batiéronse los dos ferozmente durante algún tiempo; y por fin Rolando consiguió herir al rey, que cayó al suelo.

-;No me mates! -gritó éste-. Si me perdonas pondré en libertad a tu hermana y también a tus hermanos y, además, prometo formalmente no haceros ningún daño.

Rolando accedió alegremente a ello, y así pudo regresar triunfalmente a Carlisle junto con sus tres hermanos, donde vivieron contentos y felices.