EL ENANO AMARILLO


La princesa Bella era la doncella más gallarda de toda la Tierra, y todos los soberanos la pretendían por esposa; pero el que la ganó con sus galanteos fue el joven y bravo rey de las Minas de Oro.

Mas aconteció que el día antes de la boda cayó el rey enfermo de tal dolencia, que ningún médico pudo curarlo, por lo cual la madre de la princesa resolvió procurarse un remedio mágico del hada que moraba en el palacio de Esmeraldas, a orillas del mar, en el extremo de un valle, guardado por dos leones. Y como éstos devoraban a cuantos querían pasar si no les daban una tarta especial que les gustaba mucho, la madre de la princesa llevó consigo una en una cesta. Llegada al valle y sintiéndose muy fatigada, quedó dormida entre unos árboles. Súbitamente despertó al oír el rugido de los leones; y al buscar en la cesta el pastel, echó de ver con horror que éste había desaparecido.

-¡Ja, ja! -exclamó una voz en lo alto del árbol.

Alzó la mirada y vio a un enano feo y amarillo sentado en medio de las hojas, con el pastel en sus manos.

-¡Oh, dame mi tarta -gritó ella-, o de lo contrario me devorarán los leones! ¡Dámela!

-Te la doy -respondió el enano-, si me das tu hija por esposa.

La madre de la princesa determinó morir antes que consentir en ello; pero, al ver que los leones se lanzaban contra ella, se aterró y dijo:

-Dame mi tarta, por favor, y cásate con mi hija.

El enano amarillo se la dio, y con ella pudo detener a los leones, que mientras la comían la dejaron pasar sin molestarla. Atravesó entonces el valle y llegó al palacio de Esmeraldas a orillas del mar, obtuvo el remedio mágico del hada, volvió con él a su casa y curó al instante al joven y bravo rey de las Minas de Oro.

-Ahora -se decía para sí-, si apresuro el casamiento, el enano amarillo quedará burlado.

Hiciéronse, pues, los preparativos para la ceremonia; adornáronse las calles con banderas y gallardetes y colgaduras y flores, y el pueblo se agolpó tumultuosamente para presenciar el paso del cortejo nupcial.

-¡Ja, ja! -exclamó una voz cuando el cortejo llegó al templo.

La madre de la princesa alzó la vista y vio al enano amarillo sentado encima del pórtico. Antes de que la novia pudiese pronunciar una palabra, lanzóse él sobre la princesa, y tomándola en sus brazos desapareció raudo con ella por el aire.

El rey también fue arrebatado muy lejos por el espacio, y al volver en sí se encontró en el palacio de Esmeraldas, cuya dueña, el hada, habiendo acudido al templo para ayudar al enano amarillo, se había enamorado del apuesto rey al verlo, y se lo había llevado consigo.

El hada hizo cuanto pudo para ganarse el corazón del rey. Diole las más preciosas habitaciones del palacio, y celebró toda clase de bailes y fiestas en su honor. Pero él no hallaba otro consuelo que sus paseos solitarios y tristes por la playa.

Cierta mañana llegó a nado hasta él una sirena, hermosa mujer terminada en cola de pez.

-¡Ah, rey -exclamó-, en verdad que la princesa Bella y tú sois dos amantes desgraciados! El enano amarillo se la ha llevado a su castillo, que se levanta al otro lado del mar, y, como tú, en todo el día no hace más que pasear tristemente por la orilla lamentando su desgracia.

-¿Me puedes llevar hasta ella? -preguntó el príncipe.

-Móntate en mi cola -respondió la complaciente sirena.

Montó el rey y la sirena nadó y cruzó el mar hasta llegar al castillo del enano. Entonces le dio una espada diamantina, y le dijo:

-No dejes de la mano esta espada, mientras no hayas recobrado a tu novia, la princesa.