EL CAMPESINO Y EL CUERVO


Érase una vez un campesino que consiguió atrapar un cuervo, y, después de no pocas fatigas, logró enseñarle a decir:

-¡Vaya si lo soy!

Cuando ya hubo aprendido estas palabras, lo llevó a la feria de una ciudad vecina y lo ofreció en venta.

No tardaron en llegar dos campesinos, uno de los cuales preguntó decididamente el precio del ave.

-Cincuenta pesos oro -contestó el propietario del pajarraco.

-¡Es carísimo! -observó el campesino, volviéndose a su amigo-. ¿Tú crees que el tal pájaro es merecedor de semejante dispendio?

Antes de que su compañero pudiera contestar, dejóse oír la voz del cuervo, que como de costumbre, gritó:

-¡Vaya si lo soy!

Esta singular habilidad fue tan del gusto del campesino, que no vaciló en pagar el dinero pedido para llevarse el pájaro.

Al llegar a su casa, dijo a su mujer:

-¡Mira que regalo te he comprado!

-¡Oh!, gracias -contestó ella-. Es un pájaro muy bonito.

A la puerta del castillo encontró a la princesa Bella y se echó a sus plantas; pero al hacerlo dejó escapar la espada diamantina, y el enano amarillo que estaba vigilando tras la puerta, de un salto se apoderó de la espada y gritó con aire triunfador:

-¡Princesa, hora es de que elijas! ¡O te casas conmigo y dejo marchar al rey sin hacerle daño, o te niegas a mis deseos y lo mato!

-¡Me casaré contigo! -repuso tristemente la princesa.

En su alborozo el enano dejó caer la espada, recogióla a su vez el rey y mató al molesto entremetido.

Volvieron entonces los amantes junto a la madre de la princesa; verificóse el matrimonio, y la princesa Bella y el rey de las Minas de Oro vivieron felices de allí en adelante.

-¡Vaya si lo soy! -contestó el cuervo inmediatamente.

Contentísimos estaban el campesino y su mujer, previendo los gratísimos ratos que iban a pasar con tan inteligente animal. No obstante, sus esperanzas se vieron defraudadas al convencerse de que el cuervo no sabía pronunciar más que aquellas cuatro palabras.

Durante bastante tiempo, el campesino se esforzó en hacer que el animalucho pronunciara otras palabras. Como es natural, no lo consiguió. Ya cansado un día, dijo, después de un buen rato de inútiles intentos:

-¿Sabes, mujer? Éste no es un pájaro parlero.

-¿Pues qué es?

-¡Un timo!

-¡Vaya si lo soy! -aseveró el cuervo, dejando oír las únicas palabras que sabía.

Para los imprevisores es este cuento, que acaba con las frases de la mujer que aconsejaba al marido:

-Para que aprendas a saber lo que compras otra vez que te halles en un caso parecido.


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