COMO UNOS NIÑOS SALVARON A UNOS OSOS


Wanda se sentó en el tronco de un árbol al lado de su hermano Tiki-Tiki, y dijo:

-Han llegado de la ciudad dos hombres de cara colorada que, según dicen, vienen a una misión científica. Llevan las piernas envueltas en pieles. Han sacado de su equipaje unos fusiles, y allá dentro -y con un movimiento de cabeza, señaló la casa- todos están hablando de ellos, incluso el padrecito y Alan. Después de haber tomado su té, los hombres de la ciudad saldrán sin dilación hacia la montaña, con el fin de obtener algún ejemplar de la fauna australiana. Sé que necesitan un oso vivo, acabado de nacer; la ley les prohibe matarlo, pero a ellos les es imposible evitar que se muera. Entonces lo harán disecar. Di ¿no es horrible esto?

-¿No es horrible? -preguntó Tiki-Tiki a su vez con gravedad y como si fuera el eco de su hermana.

-Y padrecito dice que nosotros hemos de ser los que les enseñen el camino donde están los osos, pues nadie más lo conoce. ¿Qué te parece que debemos hacer?

Los dos niños se miraron, y en sus miradas se leía todo un poema de horror y ternura.

-¿Qué debemos hacer? -repitió Tiki-Tiki...

-No debemos engañarles -siguió Wanda- porque esto sería mentir... pero podemos hacer lo siguiente: Cuando todavía estén en casa, les diremos dónde se hallan los osos; pero inmediatamente correremos al bosque para advertir a los animalitos del peligro que corren.

-¡Me parece un plan excelente! -contestó Tiki-Tiki-. Y cuando ya les hayamos avisado, aun podríamos hacer algo para perdernos o separarnos de los hombres que tanto daño quieren hacer a nuestros animales.

A la hora convenida, Wanda y Tiki-Tiki partieron para el bosque. Con ellos iban los dos forasteros con sendas alforjas, repletas de provisiones, y un magnífico perro.

Los dos hombres de ciencia hallaron unos admirables cicerones en los dos niños, que les instruyeron en no pocas cosas de sus herrmanitos y hermanitas, como ellos llamaban a los animales que poblaban el bosque.

Entre otras cosas, Tiki-Tiki contestó así a una pregunta de los dos forasteros:

-Wanda quiere decir mujercita. Mi nombre significa hermanito, y a los osos pequeños se les llama koalas. Éstos son nombres corrientes en el bushi.

Pero lo que se calló es que Wanda y él conocían el lenguaje de las hadas. Ello podría haber sido causa de que los dos forasteros presintieran las verdaderas intenciones de los niños y desconfiaran de ellos.

Por entre el ramaje del bosque se veían los dos trajecitos azules de Wanda y su hermano, que resaltaban sobre el follaje. Los niños corrían todo lo que les permitían sus cortas piernecitas.

Los dos forasteros, a pesar del mucho interés que para ellos tenía todo cuanto los dos niños les referían respecto a los animales que poblaban el bosque, sintieron la natural fatiga que produce una caminata excesivamente larga. Por su parte los dos hermanitos sentían palpitar violentamente sus corazones bajo sus vestiditos, agitados por el temor de que tal vez los osos no oyesen su aviso.

Los osos se hallaban entre las ramas de los árboles de goma, y Wanda y Tiki-Tiki, usando el lenguaje de las hadas, cada vez que pasaban por debajo de uno de ellos, les advertían del peligro que estaban corriendo. Sus señales eran pisar fuerte sobre los helechos y hojas secas de los árboles, y maliciosamente aconsejaban a los dos forasteros que hicieran lo mismo, so pretexto de que así ahuyentaban las serpientes. Y ved ahí por donde los despojos de los árboles estaban estableciendo, sin presumirlo, una especie de telegrafía sin hilos en el lenguaje de las hadas.

Además, los niños, puestos en combinación con los saltamontes, advertían a éstos a su paso por el bosque, y las fieles alimañas, saltando de árbol en árbol, iban comunicando a los osos la proximidad del peligro.

Y los árboles de goma, sumados a su vez a la conspiración de los niños, movían con ansiedad sus amplias copas que cubrían de sombra los senderos del bosque, preguntando:

-¿Y Dudu? ¿No olfateará los osos y descubrirá la intriga?

Dudu es la palabra que en australiano significa perro. Y Wanda les contestaba, pasando la mano por las hojas de uno de los árboles que llenaban el bosque:

-No; no hay cuidado. Tiki-Tiki lleva en su bolsillo un pedazo de carne cruda y el dudu, siguiendo este rastro, olvidará los demás.

En tanto, los dos forasteros, molestos por el calor y el cansancio, buscaron un rincón amparado por la sombra de los árboles para descansar.

Wanda y Tiki-Tiki continuaron su camino sin volver jamás la cabeza, siguiéndoles el fiel dudu, que olfateaba la carne del bolsillo del niño. Cuando los dos forasteros hubieron descansado, miraron a su alrededor sin llegar a ver más que, allá a lo lejos, perdiéndose entre las sombras del bosque, los dos vestiditos azules y el brillo dorado de una cabellera rubia, y otra cabeza de cabello castaño.

-¡Cuu-i! ¡Esperad!

No es para expresado el zarandeo que sufrieron los dos forasteros para reunirse de nuevo con los niños. Aquí trepando por un altozano, allá saltándolo, deslizándose entre troncos y yendo de arriba abajo, con gran regocijo de los kuka-burras, como llaman en Australia a unos pajarracos reidores que en el bosque se crían.

De pronto los dos forasteros creyeron haber hallado a los niños, y que éstos volvían a emprender la marcha,, sin que a ninguno de los dos cazadores se les ocurriese que estaban siendo juguete de unos chiquillos inspirados y protegidos por el hada del bosque.

En una pequeña cañada, en lo más profundo del bushi. cuando suponían estar ya al lado de los niños, vieron con sorpresa que lo que ellos habían tomado por vestiditos azules, eran dos árboles de goma que el viento agitaba, y la cabellera rubia era un rayo de sol que se filtraba ñor entre los árboles, así como la cabecita morena la proyectaba una sombra vacilante. Los dos forasteros, que en más de una ocasión se habían vanagloriado de ser excelentes cazadores en el bushi, hubieron de reconocer que con aquella alucinación habíanse dejada engañar lamentablemente.

A poco fueron atacados por los mosquitos, que en gran número poblaban el bosque, y aquellos animalitos les resultaron todavía más molestos que Wanda y Tiki-Tiki. Y pequeños kuka-burras, que en cuanto el Sol se levanta comienzan su algarabía y a los que por eso se les llama el despertador de la gente del bushi, decían con voz muy clara:

-La tienda del bushi se cierra. ¡Fuera todos los compradores! ¡Terminó la jornada!

En tanto, Wanda y Tiki-Tiki, dando la vuelta al bosque, habían regresado a su casa, donde sus padres les esperaban sumamente preocupados, ansiosos por su tardanza.

Era ya de noche.

Creyeron todos que los dos forasteros esperaban precisamente aquella hora para realizar sus fines, ya que en la oscuridad es cuando los osos pequeñines salen de sus guaridas. Pero dieron las diez, las once; brilló plateada y refulgente la Luna; y no aparecieron los dos hombres de ciencia, y el dudu comenzó a ladrar desesperadamente, como si anunciara una desgracia.

Intrigados, al fin, salieron para buscarlos, el padre, la madre, el jardinero y hasta un viejo vagabundo que aquella noche habíase refugiado en la casa, a esperar el nuevo día.

Y fue lo curioso que el perro, que hasta entonces no había abandonado a Tiki-Tiki, lo dejó entonces para encontrar prontamente el rastro de sus amos, que al fin pudieron regresar a la casa, donde una cena caliente y regalada les hizo olvidar los malos ratos pasados en el bushi, durante ese inacabable día.

Después de la cena, y sentados todos alrededor del agradable fuego de leña, que ardía en la chimenea, comenzóse a hablar de la excursión de aquel día.

-Es raro -dijo el padre- que haya sido tan menguado vuestro botín de hoy. Los niños no han salido jamás de ojeo al bosque que no hayan traído algún oso del país... ¡Es raro! ¡Sumamente raro!

-¡En efecto! -repuso uno de los dos forasteros- es raro; pero más raro es todavía que mi perro haya desertado, prefiriendo la compañía de su hijito. Nunca le vi hacer cosa igual en los muchos años que me acompaña.

Y, ya llevada la conversación a este terreno, el otro forastero mostró su extrañeza de que los niños no se hubieran detenido cuando él los llamó:

-¿Por qué os separasteis de nosotros? -dijo Wanda con el mayor aplomo.

Los dos forasteros abandonaron el pueblo al día siguiente, cansados del bushi, de los osos y, sobre todo, de Wanda y de Tiki-Tiki. Para sus fines científicos nada habían conseguido, así que anotaron en su carnet, juntamente con otras cosas curiosas, que en los bosques aquellos era raro encontrar oso alguno.

Y así fue como dos pequeñuelos australianos salvaron la vida a los pequeños osos; cosa que se proponen repetir, con renovado entusiasmo, cada vez que alguien intente hacer daño a sus muy queridos hermanitos y hermanitas del bushi.


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