Cómo se han formado las distintas razas humanas


Seguramente ésta es la pregunta que nos hemos hecho más de una vez al ver un negro, un chino o cualquier otro ser humano muy distinto de nosotros. Es muy posible que los negros y los chinos también se la formulen al ver a los blancos. Todos sabemos que los botánicos obtienen especies nuevas de plantas, permitiendo la fecundación sólo entre ejemplares que tienen las características que a ellos les interesan. Algo así les ha pasado a los hombres. La Naturaleza los ha encerrado entre altas montañas o los ha aprisionado en continentes sin comunicación, como sucedió en Australia, y después de largos siglos de separación han cristalizado en esos focos aislados diversos tipos humanos. Lo que hay de maravilloso en esta historia es lo siguiente; a pesar de las diferencias todos los hombres son iguales en las cosas fundamentales. Todos quieren a sus niños, y los cuentos que les relatan son parecidos en toda la Tierra, todos cantan y bailan para alegrarse, todos procuran aprovechar los recursos de la Naturaleza en forma similar. Aunque dos pueblos hayan estado siempre aislados y no se conozcan, sus historias son parecidas. Cada uno por su lado inventa el arco y la flecha, descubre la misma manera de hacer fuego o de modelar vasijas de alfarería. Los biólogos no pueden distinguir entre la sangre de un inglés y la de un chino o un negro, aunque puedan hacerlo muy bien entre la de un mono y un hombre. Todas estas circunstancias apoyan la opinión de los hombres de ciencia, según la cual sólo existe una especie humana: el Homo Sapiens.

La raza amarilla o mongoloide habita principalmente el Asia. Los pueblos que viven en las heladas planicies de la Siberia, y aquéllos, más al Norte aún, que ven girar el Sol sobre el horizonte durante un larguísimo «día» de seis meses, pertenecen a la raza mongoloide. También en ella se clasifican los quinientos millones de habitantes que hay en China, y sus vecinos los japoneses; los tibetanos, que habitan, en el corazón de Asia, una meseta tan alta que ha sido llamada «el techo del mundo», y los malayos que viven en Bali, Java, Sumatra y otras islas del Sudeste de Asia.

Se cree que los primitivos pobladores de América, pieles rojas, aztecas, mayas e incas eran descendientes de razas mongoloides, Sus antepasados vinieron al Nuevo Continente desde el Asia, pasando por la península de Alaska o navegando en frágiles canoas, llenos de audacia, a través del Pacífico. Algunos investigadores que han hecho un estudio comparado de los idiomas incaico y japonés, afirman que hay semejanzas que sugieren un origen común, lingüístico y racial, de ambos pueblos.

Los mongoles tienen una forma de ojos característica. Con frecuencia oímos hablar de los ojos rasgados de los chinos y japoneses. Esta apariencia se debe a un pliegue del párpado en el ángulo interno del ojo.

En el mundo, sobre 2.400 millones de habitantes, hay 1.270 millones de mongoloides, de manera que más de la mitad de la Humanidad pertenece a la raza amarilla, casi las dos quintas partes a la blanca y apenas una dozava a la negra.

Los representantes de la raza negra habitan el África. Parece no haber dudas de que sus antepasados llegaron al continente africano desde el Este, en los comienzos de la Edad de la Piedra. El color de piel de los negroides se hace más y más oscuro a medida que avanzamos hacia el Sur de África. Sin embargo, hay gentes de raza negra que tienen color de piel más claro que ciertos caucasoides.

A veces se oye discutir sobre la superioridad de ciertas razas. No hay tal: si en el correr de los siglos unos pueblos se destacan sobre otros, ello es debido a circunstancias propicias tales como el clima, la vecindad de grandes ríos, yacimientos de carbón o de hierro. La gente que vive en los centros de civilización y tiene oportunidad de aprender, se eleva culturalmente, cualquiera sea su raza, con más rapidez que la que vive en sitios rústicos. Por otra parte, no debemos confundir civilización con desarrollo técnico. Ha habido pueblos altamente civilizados, como los griegos, que no tenían máquinas. Las razas, así, contribuyen, como los instrumentos de una orquesta, a la armonía general de la Humanidad.


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