RAZAS Y TIPOS HUMANOS


Si hiciéramos un viaje alrededor del mundo no dejarían de llamarnos la atención ciertos rasgos de sus habitantes. Desfilarían ante nuestra mirada los chinos de ojos rasgados y piel amarilla, los taciturnos pieles rojas de tez cobriza, los negros bantúes de alta estatura, los escandinavos de rubio cabello y ojos azules. ¿Por qué hay tantas diferencias entre los seres humanos? ¿Qué significado tienen ellas?

Todos hemos oído alguna vez la palabra «raza». Debemos ser cuidadosos al emplearla porque se presta a confusiones. Hay mucha gente que la emplea mal. Esta palabra sirve para designar un conjunto de seres humanos que tienen en común una serie de rasgos físicos que se transmiten de padres a hijos. Así, por ejemplo, de todas las personas que tengan, entre otros rasgos, piel negra, nariz ancha y cabello crespo, diremos que pertenecen a la raza negra. Por el contrario, no existe la «raza» inglesa o alemana, pues la nacionalidad está determinada por el lugar de nacimiento y no por características físicas hereditarias. También es incorrecto hablar de «raza» semita o aria.

Se es ario o semita por el origen del idioma que se habla, pero como éste se aprende y no es algo que traemos al nacer, estas divisiones nada tienen que ver con la raza. Nacemos con la piel negra, amarilla o blanca pero no con el idioma, costumbres, creencias y tradiciones, por lo tanto también carece de sentido hablar de la existencia de una «raza latina» o «anglosajona».

Los habitantes de la tierra han sido clasificados en diferentes razas, pero el hacerlo ha sido muy difícil y aún hay muchas dudas y discusiones entre los distintos autores. Es natural que esto suceda. Supongamos que hemos de clasificar una cantidad de huevos. Podemos hacerlo de varias maneras. Si tomamos como criterio de clasificación el color de la cáscara los dividiremos en «claros» y «oscuros», pero si consideramos su forma los separaremos en «redondeados» y «puntiagudos». Puede suceder que algunos huevos que con una clasificación estaba en la misma clase, al variar el criterio clasificador queden en clases distintas. Se podrían tomar muchísimas otras cualidades de los huevos como criterio y así tendríamos diversas clasificaciones nuevas. Por otra parte, no es conveniente exagerar la nota y complicar las clasificaciones, pues entonces pierden su utilidad, que es la de ayudarnos a ordenar los datos y observaciones que recopilamos.

Lo primero que llamó la atención cuando se pensó en la clasificación de la especie humana, fue, como es fácil suponer, el color de la piel. Una de las divisiones más aceptadas a principio del siglo xix fue la del famoso naturalista francés Jorge Cuvier, quien separó a la Humanidad en tres razas: la blanca, la amarilla y la negra. La inmensa mayoría de los europeos pertenece a la raza blanca, los chinos a la amarilla y los africanos a la negra.

Casi al final del siglo xix, el antropólogo francés Pablo Topinard ordenó a las razas en tres grupos, según la forma de su nariz: la de narices estrechas, la de narices medías y la de narices anchas, y las denominó, respectivamente, con estas palabras de origen griego: leptorrina, mesorrina y platorrina. En esta clasificación, que es, en lo fundamental, parecidísima a la de Cuvier: corresponde la raza leptorrina a la blanca, la mesorrina a la amarilla y la platorrina a la negra.

En la actualidad la clasificación más aceptada, idéntica a las anteriores, divide a los hombres en tres grandes razas: la ecuteasoide (blanca de Cuvier), la mongoloide (amarilla) y la negroide (negra). Éstas se separan en subrazas utilizando como criterio de clasificación varios rasgos físicos. A la forma del cráneo, en especial, se le ha dado mucha importancia. Si observamos el contorno de las cabezas de las personas que nos rodean, notaremos que podemos dividirlas en dos grupos: gentes de cráneo redondo y gentes de cráneo alargado. Esto lo saben muy bien los sombrereros. Los hombres de ciencia que estudian estas cuestiones llaman a los de cráneo redondo «braquicéfalos» y «dolicocéfalos» a los otros. Combinando esta característica con otras, tales como la estatura y el color del cabello, se divide a los caucasoides en las siguientes subrazas: la nórdica, de pelo rubio y ojos azules, que habita el norte de Europa; la dinárica, que vive a orillas del mar Adriático; la mediterránea, que en general se encuentra a orillas del mar de su nombre; la alpina, que se halla en Francia y norte de Italia y se mezcla con otras subrazas en casi toda Europa; la atlanto-mediterreránea, poco estudiada, y la báltica del Este. Pero no hay que creer que estas divisiones son exactas y definidas. En la vida real aparecen muy a menudo hombres que no se pueden encasillar en ninguna de estas divisiones, un poco por lo que tienen ellas de artificial, como todas las clasificaciones, pero principalmente porque no hay razas puras. Si alguna vez las hubo, lo cual es muy dudoso, todas se han mezclado desde la remota Edad de la Piedra. La Humanidad ha sido siempre aventurera y se ha desplazado, en forma pacífica o guerrera, por todas las comarcas de la tierra, buscando mejor clima o buena caza, riquezas y horizontes nuevos. Las gentes más diversas han vivido juntas y han realizado matrimonios entre sí. Europa, por ejemplo, ha sufrido la invasión de los cartagineses, de los hunos, de los musulmanes y de los turcos, innumerables guerras, y grandes migraciones, como las que acompañaron a las Cruzadas, de manera que no existen razas puras en el Viejo Continente. También en América ha habido una gran mezcla de pueblos que han venido de todos los puntos del globo terrestre, a tal punto que ha sido llamada «crisol de razas».