Modo admirable que para curarnos emplea la naturaleza


Así pues, desde un principio le ha sido necesario al hombre aprender a curar sus dolencias para prolongar la duración de su vida. Su poder curativo natural ha ido robusteciéndose a través de las edades y, en conjunto, es quizá mayor en el hombre y en los animales superiores que en las demás criaturas menos organizadas.

Conocemos la existencia de la enfermedad, de la muerte y de otros mil accidentes, y vemos, evidentemente, que muchas enfermedades y dolencias no tienen cura; mas no debemos olvidar, cuántos casos, cuántos daños, accidentes y peligros de envenenamiento se curan por este poder de la naturaleza. Cuando se escribió aquella gran frase latina, el hombre no pudo entender cómo funcionaba esa fuerza, pues apenas había estudiado el cuerpo, y se contentó con observar, en general, que las criaturas vivientes encerraban algo capaz de defenderlas y salvarlas.

Pero nosotros podemos señalar hoy los leucocitos y decir que en ellos reside, en forma visible, ese poder curativo de la naturaleza, de que nuestros antepasados hablaron. Podemos tomar una gota de sangre de un convaleciente de cualquiera enfermedad infecciosa y ver cómo los leucocitos devoran los microbios en esa gota, pudiendo observar palpablemente lo que en ese momento está ocurriendo en la sangre. Sin embargo, éste no es el único medio de que el cuerpo se sirve para protegerse; pero es, quizá, el más admirable.