Aspecto que ofrece la célula vista con el miscroscopio


Si nos fijamos en la célula prescindiendo del núcleo, nos será difícil distinguir la manera de que está formada. Desde luego no es transparente, si bien deja pasar bastante luz; su aspecto es más bien el de una gelatina semitransparente, es decir el de una gelatina que fuera como el vidrio deslustrado. Otros dicen que mejor podría compararse a pequeñísimas burbujas, como la espuma. Si recordamos que el objeto que se contempla es un ser viviente sumamente delicado, y que, por lo general, hemos de someterlo a toda clase de preparaciones antes de poderlo examinar con el microscopio, no nos extrañará que todavía, no nos hayamos puesto de acuerdo en asignar a la célula una estructura determinada. Afortunadamente, conocemos mucho mejor la estructura de las células desde que podemos cultivarlas y observarlas mientras se encuentran viva.

Ahora bien: no sólo es el núcleo la parte más importante de la célula, sino que la vida de ésta depende de la de aquél. Cuando a una persona le cortan un dedo, este dedo muere, porque la vida que poseía, unido a la mano, no se la daba él a sí mismo. De igual manera, si cortamos una parte del cuerpo de una célula, esta parte morirá; o, en otra forma, si dividimos una célula en dos partes, de modo que una de ellas contenga el núcleo, la otra morirá. La que contiene el núcleo seguirá viviendo y recobrará su forma primitiva. Así sucede siempre, sin que se conozca excepción alguna; y esta regla se aplica a las amebas lo mismo que a cualquier otro género de células, sean las que fueren.