Un hombre que no puede saber nada ni pensar en nada


Tal persona no tendría mente, es decir, vida psíquica; sería un simple cuerpo, una col, por ejemplo, más humilde aun, porque una col experimenta ciertas alteraciones. Un hombre de esta clase nada puede saber, ni pensar en nada. Pues esto es lo que queremos significar, cuando decimos que la mente está fundada en los sentidos. Los sentidos son realmente las puertas del conocimiento, de modo que si ellos nada dejan entrar, la mente misma, que conoce, no podría lograr su desarrollo.

Este grandioso tema ha sido estudiado durante siglos por los filósofos. Muchos de ellos sabían muy poco de la anatomía y fisiología del ojo y del oído, y mucho menos aun del sentido del equilibrio y de los sentidos internos. Llegaron, sin embargo, a la conclusión de que nada hay en la mente que antes no haya estado en los sentidos, y que la inmensa capacidad de pensar con que nacimos dotados sería inútil, si las sensaciones no le dieran el material sobre el que ejercitar su admirable sabiduría. Notaron también que percibimos las cosas por nuestros sentidos exteriores, que las matizamos con tonalidades de bienestar o malestar, originadas en nuestros sentidos internos, y que, en este conjunto primitivo, se desarrolla nuestra vida psíquica, comparando, reflexionando, intuyendo, sintiendo, queriendo. En este tejido tan complejo no se puede separar y distinguir y estudiar las partes tan sencillamente como se desmontan y se estudian las de una máquina. En ésta, cada parte cumple una función, completa en sí misma, y se comunica con las otras por medio de comandos y órganos de transmisión; como éstos cumplen a su vez una función específica, los podemos también estudiar diferenciadamente. En cambio, en nuestra vida integral, es decir, de nuestra psiquis y de nuestro cuerpo, el que siente, el que piensa y el que quiero es nuestro yo, este yo impalpable e invisible que llena nuestro cuerpo y que, porque es el mismo en todas las partes y a través de todas las operaciones de nuestra vida psíquica, no lo podemos analizar, estudiar y comprender si no tenemos constantemente ante la vista su unidad y la complejidad de los actos en que se expresa. En realidad cuando vemos, no es el órgano material de nuestros ojos ni tan siquiera nuestro cerebro el que ve, sino nosotros los que vemos, es decir nuestro yo, este yo, luminoso y ubicuo, que al mismo tiempo piensa, quiere y sueña.

Pues bien, todo esto no es una materia desprovista de significación práctica. Es imposible mencionar opiniones que tengan mayor importancia práctica que éstas. Su real significación para nuestras vidas y para las de los hombres que han de venir, es que ellas nos dan la clave de la verdadera educación. Si es verdad que la mente está fundada en los sentidos, y a ellos se asocia la actividad de toda nuestra vida psíquica, debemos esmerarnos mucho por ellos. La diferencia real entre la mente elevada de una persona y la mente baja de otra, depende muchas veces de la forma en que, al principio, se atendió a la educación de sus respectivos sentidos.