Nuestra visita a la tumba delñ viejo vengador en el océano


Todo el día siguiente pareció como si el submarino practicase una serie de movimientos circulares intentando localizar un sitio particular; y el capitán, más triste que nunca, ni siquiera me dirigió la palabra. Al otro día, que fue claro y hermoso, pudimos divisar, a unas ocho millas al este, un grandioso vapor sin pabellón.

El capitán tomó el sextante y súbitamente exclamó: “Ahí está.”

Inmediatamente sumergióse el Nautilus hasta el fondo del mar. Cuando descansó en él, apagáronse las luces y se corrieron las compuertas. Entonces pudieron verse a estribor los restos de un buque sumergido, que, a juzgar por la enorme cantidad de mariscos que a él se hallaban adheridos, debía yacer allí desde remota fecha. Mientras meditaba yo cuáles podrían ser las razones que tendría el capitán Nemo para hacer semejantes maniobras, púsose a mi lado, y con voz reposada, hablóme de esta suerte:

-Este buque era el Marsellés, botado al agua en 1772. Montaba setenta y cuatro cañones, y peleó bizarramente contra el Prestan; estuvo en el sitio de Granada y en la bahía de Chesapeake. Luego, en 1721, la República francesa cambió el nombre del buque y quedó agregado a una escuadra de Brest que debía escoltar un cargamento de trigo procedente de América. Topó la escuadra con un buque de guerra inglés; y hoy precisamente hace setenta y dos años que en este mismo sitio, después de batirse heroicamente hasta que sus mástiles cayeron todos a cañonazos, su bodega se inundó y una tercera parte de su gente quedó fuera de combate. Este buque prefirió irse a pique con sus 350 tripulantes antes que rendirse y, clavando el pabellón en el palo mayor, hundióse bajo las olas a los gritos de ¡viva la República!

-¿Es quizá el Vengador?, -exclamé.

-Sí, el Vengador-; buen nombre -dijo el capitán con extraña seriedad y cruzándose de brazos.