Mi desesperado esfuerzo para alcanzar la libertad y lo último que se supo del capitán Nemo


¡Quién sabe!

¿Acaso no había visto yo inundarse de lágrimas sus ojos por la muerte del inglés, a quien enterró en el cementerio de coral, y que era indudablemente víctima de uno de sus actos de destructora vesania?

Como un desesperado corrí a la biblioteca, subí por la escalinata y llegué a la abertura que daba paso al bote, en la cual me aguardaban ya mis compañeros. La compuerta por donde habíamos pasado quedó rápidamente cerrada y atornillada gracias a una llave inglesa que Ned Land se había procurado. La ranura en que descansaba el bote quedó también rápidamente cerrada después de acomodarnos dentro, y el arponero comenzó a ir quitando los tornillos que sujetaban todavía la pequeña embarcación al Nautilus. Oyóse súbitamente un gran ruido en el interior del submarino, y nosotros, creyendo haber sido descubiertos, nos dispusimos a morir defendiendo nuestras vidas. Ned Land interrumpió un momento su tarea. Hízose más fuerte el ruido, y llegó a nuestros oídos, veinte veces repetida, una terrible palabra. “¡El Maelstrom! ¡El Maelstrom!", gritaban. ¡Cómo! ¿El Maelstrom? A un lugar tan peligroso venía, pues, dirigiéndose el Nautilus con tan vertiginosa rapidez. ¿Lo empujaba un accidente o la fiera voluntad del capitán Nemo?... De pronto se oyó un ruido atronador, y arrastrados por una fuerza irresistible, empezamos a girar rápidamente describiendo una espiral. Los músculos de acero del submarino chirriaban, y en aquel espantoso remolino parecía por momentos inminente nuestro fin.

-Es preciso sostenernos -gritó Land-, y quizá nos salvemos todos si conseguimos mantenernos aferrados al Nautilus.