El héroe se adelanta solo para matar al león rugiente


Confió su cartera, llena de preciosos documentos y de billetes de banco, al príncipe, para no perderla en caso de tener que luchar con el león, y hecho esto, se adelantó. Sus dientes castañeteaban; y su rifle batía contra el puño de su cuchillo de caza, cuando se echó en tierra, tembloroso, para aguardar a la fiera.

Unas dos horas pasarían antes de adquirir la certeza de que la fiera rondaba muy cerca de él por el cauce seco de un río. Disparando dos tiros en la oscuridad y en la dirección de donde llegó el ruido, se levantó y volvió en precipitada fuga adonde había dejado el camello y al príncipe, ¡pero sólo encontró el camello! El príncipe había esperado todo un mes esta oportunidad de escaparse con el dinero de Tartarín.

Por la mañana fuese abriendo paso lentamente en su ánimo la verdad de que había sido robado por un ladrón que se fingía príncipe; y he aquí que ahora se veía en el corazón del África salvaje, únicamente con un poco de moneda suelta, mucho bagaje inútil, un camello, y sin tener siquiera una piel de león para mostrar como fruto de sus inmensos trabajos.

Sentado sobre una de las tumbas del desierto, erigidas a mahometanos piadosos, el gran hombre rompió a llorar amargamente; pero mientras las lágrimas surcaban aún su semblante, abriéronse un poco los matorrales frente a él y un enorme león apareció solo.