Romeo y Julieta


En la antigua ciudad italiana de Verona vivían dos familias nobles, entre las cuales existía mortal enemistad. Una era la de los Montescos y la otra, la de los Capuletos. Romeo, bravo y bello joven, heredero de los Montescos, estaba enamorado de una dama llamada Rosalina; pero ella rehusaba sus atenciones, y esto entristecía de tal modo al galán, que evitaba toda diversión y pasaba las noches sin dormir. Un día que estaba Romeo en la calle hablando con su primo Benvolio, un criado se dirigió a él, preguntándole si podía leerle un papel, en el cual estaban los nombres de los convidados a quienes llevaba las invitaciones para un baile dado por el ilustre jefe de los Capuletos. Romeo notó que Rosalina figuraba entre los convidados, y Benvolio insinuó que podían asistir ambos al baile disfrazados, pues acaso cuando Romeo viese las graciosas damas que allá se encontrarían, olvidaría a la desdeñosa Rosalina.

Creía el infortunado pretendiente que le sería imposible olvidar a Rosalina; pero cuando en la casa de su enemigo se encontró mezclado con los danzantes, vio una dama tan hermosa, que parecía «una paloma blanca como la nieve, entre una bandada de cuervos» y resolvió hablarle lo más pronto posible. Al preguntar Romeo a un criado el nombre de la hermosa dama, Tibaldo, joven Capuleto, reconoció la voz del rival y quiso provocarlo a duelo; mas el dueño de la casa se lo impidió, diciendo que

Romeo se había comportado como un hidalgo, y, además, tenía fama de ser «joven muy virtuoso y de intachable conducta.»