Orlando Furioso


En aquellos tiempos lejanos, en que los moros de África habían invadido España, y la Cruz y la Media Luna batallaban en diversas naciones para obtener el dominio de Europa, Carlomagno, el más noble entre los príncipes cristianos, celebró una solemne fiesta en París. Formaban su comitiva doce paladines, los más nobles entre los caballeros de su corte, entre los cuales Orlando, llamado también Rolando, era el más bizarro y famoso. Durante muchos siglos después de su muerte, innumerables historias y cantos han corrido de boca en boca como perenne loa a su heroico valor.

Pero este valiente caballero cayó también en un grave desliz. El poema Orlando Furioso nos habla do este asunto. Nos cuenta de qué modo el amor de una princesa pagana le hizo olvidar el deber que tenía para con su rey y su Dios; cómo el cielo le castigó privándole de la razón; nos refiere los hechos portentosos que llevó a cabo en su locura; y, finalmente, de qué modo, por especial merced de San Juan, fue devuelta su razón a Orlando, quien volvió a ser modelo de caballeros cristianos.

Mientras los príncipes, grandes y damas de la corte estaban congregados durante la solemne festividad en el palacio del emperador, se presentó en la sala una dama desconocida, acompañada de un caballero. Era la dama singularmente hermosa; su cutis semejaba, en el color y suavidad, una delicada rosa; sus ojos eran oscuros y sus cabellos de oro. Gran parte de los caballeros cristianos, y hasta el mismo Carlomagno, se enamoraron presto de ella, mas a ninguno subyugó su hermosura tanto como a Orlando. La joven era Angélica, hija de un rey del Asia Oriental; y el que la acompañaba, su hermano.

La belleza de esta extranjera fue origen de muchos conflictos; por ella su hermano fue muerto, y la horrorizada princesa huyó otra vez a la India. Hasta allí la siguieron Orlando y su amigo Astolfo, y le prestaron grandes servicios defendiéndola contra el rey de Tartaria y sus ejércitos. La dama pidió a Orlando que la condujera de nuevo a Francia, y así lo hizo el caballero, agasajándola y atendiéndola con toda solicitud durante el largo viaje.