Primera parte: LA IDA


La "pulpería" o casa de negocio del antiguo campo argentino, vendía todas aquellas cosas que los pobladores necesitaban cotidianamente: comestibles, telas, ropas, medicinas, artículos de talabartería y "los vicios": tabaco, yerba, caña, vino...

Allí se reunían a beber y conversar los gauchos de los alrededores y los forasteros que iban de pasada. Era, pues, puede decirse, una especie de club, al que concurría la gente desde todos los lugares en varias leguas a la redonda.

En una de esas "pulperías" nos encontramos ahora; toda la concurrencia se ha agrupado rodeando a un gaucho de larga melena y barba cerrada, que viste a la usanza del país: botas de potro, calzoncillos cribados, chiripá, chaqueta y pañuelo al cuello; el cinturón, cerrado con una hebilla especial llamada "rastra", deja asomar por la parte posterior el mango de plata de un largo puñal o facón, que es su arma predilecta.

Es un gaucho de los llamados payadores o cantadores; pulsa armoniosamente la guitarra que tiene entre las manos y deja oír su voz:

"Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela
Que al hombre que lo desvela
Una pena estrordinaria
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela".

"Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento,
Les pido en este momento
Que voy a contar mí historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento".

Estas estrofas bastan para despertar el interés de todos los circunstantes; hasta que el pulpero se pone a escuchar. En otra, el payador dice su nombre:

"Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar".

Y agrega, para que lo vayan conociendo:

"Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuando acabar
Y me envejezco cantando,
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial".

Luego, en una copla, explica por qué cuenta la historia de su vida:

"Y atiendan la relación
Que hace un gaucho perseguido,
Que padre y marido ha sido
Empeñoso y diligente,
Y sin embargo la gente
Lo tiene por un bandido".

En efecto, en sentidos versos, relata su pasado, cuando tenia el amparo de su rancho -la modesta casa del gaucho- y, al mismo tiempo, el cariño de la mujer y los hijos; describe las costumbres y los trabajos de aquellos tiempos: la doma, la "yerra" o marcación del ganado y las grandes reuniones y festejos a que daban lugar esos actos. Hombre de paz y buen cantor -condición ésta muy estimada entre los campesinos-, Martín Fierro gozaba del mejor concepto en el vecindario. Pero no andaba bien con las autoridades, porque no se sometía a sus injustas disposiciones ni votaba por los candidatos que ellas imponían cuando había una elección de representantes para el Congreso. Y esa fue la causa de su perdición.

"Cantando estaba una vez
En una gran diversión.
Y aprovechó la ocasión
Como quiso el Juez de Paz. ..
So presentó y ay no más
Hizo una arriada en montón".

La "arriada" consistía en que las comisiones policiales o "partidas" llegaban a veces, de sorpresa, a las pulperías y detenían a cuantos hombres encontraban allí, para mandarlos a servir como soldados a la "frontera", en los fortines o cuarteles de defensa contra los salvajes. En aquellos tiempos, los indios araucanos y pampas poblaban también una parte de la llanura o pampa y se manifestaban como grandes enemigos de los blancos o cristianos.

Martín Fierro tiene que abandonarlo todo, casa, mujer, hijos, trabajo, para ser alistado en el ejército "por seis meses", según afirma el juez. Pero se pasa tres años, durante los cuales padece la terrible vida del cuartel, haciendo de peón en las chacras del coronel, sin cobrar jamás un sueldo, pues "no figura en las listas", y jugándose la vida a cada rato contra la indiada. Pierde todo, hasta el hermoso caballo moro que era su orgullo y que excitó la codicia del jefe, a quien debió regalárselo para evitar mayores daños. Pero esta vida de miserias y fatigas lo cansa y resuelve hacer lo que hacen otros gauchos, no por falta de patriotismo, sino hartos de malos tratos e injusticias: desertar, escaparse, huir...

"Una noche que riunidos
Estaban en la carpeta
Empinando una limeta
El Jefe y el Juez de Paz
Yo no quise aguardar más
Y me hice humo en un sotreta".

En un sotreta, es decir, en uno de los malos caballos de servicio en el fortín. Consigue escapar y vuelve a su pago, pobre pero lleno de ilusiones. ¡Ay!, del rancho sólo encuentra la tapera, las ruinas; la mujer y los hijos han desaparecido; todo eso es la consecuencia de la persecución de las malas autoridades:

"Después me contó un vecino
Que el campo se lo pidieron
La hacienda se la vendieron
Pa pagar arrendamientos,
Y qué sé yo cuántos cuentos;
Pero todo lo fundieron".

"Los pobrecitos muchachos
Entre tantas afliciones
Se conchabaron de piones
¡Mas qué iban a trabajar,
Si eran como los pichones
Sin acabar de emplumar!"

Martín Fierro llora su desgracia, la pérdida del hogar y de los seres queridos; y como la injusticia sigue persiguiéndolo, se transforma en un malhechor, en un gaucho malo, dispuesto a vengarse de los que tanto daño le han causado.

Y así lo declara francamente:

"Vamos suerte, vamos juntos
Dende que juntos nacimos,
Y puesto que juntos vivimos
Sin podernos dividir
Yo abriré con mi cuchillo
El camino pa seguir".

Y lo cumple. En sus andanzas de "vago" y mal entretenido, que así lo califica la policía, aunque solamente se trata de un hombre desesperado por lo que le han hecho sufrir, tiene varias peleas y mata, en buena ley, cuchillo a cuchillo, a dos rivales.

La persecución aumenta; la partida policial le sigue los pasos, dispuesta a apoderarse de él "vivo o muerto". Y logra sorprenderlo una noche, en medio del campo. Pero Martín Fierro no se entrega y pelea -uno contra veinte-, sin que lo asusten las armas de fuego ni los largos sables de los representantes de la ley. Sin embargo, pese a su valor, está a punto de ser vencido, cuando uno de sus atacantes hizo oír su voz:

"Y dijo: "Cruz no consiente
Que se cometa el delito
De matar así a un valiente".

"Y au no más se me apañó
Dentrándole a la partida,
Yo les hice otra embestida
Pues entre dos era robo;
Y el Cruz era como lobo
Que defiende su guarida".

Vencida, la policía huye. Martín Fierro agradece a Cruz su oportuna ayuda y ambos se prometen una amistad hasta la muerte; cada uno cuenta al otro la historia de su vida

y como comprenden que no podrán tener ya tranquilidad en esos pagos, deciden irse a "tierra adentro", a la tierra de los indios, pues sólo allí estarán a cubierto de persecuciones:

"Yo sé que allá los caciques
Amparan a los cristianos,
Y que los tratan de "Hermanos"
Cuando se van por su gusto.
A qué andar pasando sustos...
Alcemos el poncho y vamos".

Y lo hacen, dirigiéndose a "la frontera", la línea que separa los pueblos cristianos de las "tolderías" o vivienda de los salvajes.

"Y cuando la habían pasao
Una madrugada clara,
Le dijo Cruz que mirara
Las últimas poblaciones;
Y a Fierro dos lagrimones
Le rodaron por la cara".

Era lógico el dolor de Martín Fierro; en esa tierra, a la que posiblemente ya no volvería, dejaba lo mejor de su vida...

La primera parte del poema termina con estas palabras del autor:

"Y siguiendo el fiel del rumbo
Se entraron en el desierto
No sé si los habrán muerto
En alguna correría,
Pero espero que algún día
Sabré de ellos algo cierto".

"Y aquí me despido yo
Que he relatao a mi modo,
Males que conocen todos
Pero que naides contó".


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