En torno a la hospitalaria mesa de Cedric el Sajón


Esforzábase Cedric en poner coto a las importunas atenciones que el templario prodigaba a su pupila, cuando ocurrió un incidente motivado por la llegada de un viejo judío llamado Isaac de York, que suplicaba le dejaran pasar allí la noche por haberse desencadenado una tempestad. Aun a riesgo de despertar con ello la cólera de los normandos, Cedric indicó al judío que tomara asiento en el extremo inferior de la mesa, pero difícil le hubiera resultado sin la cortesía del peregrino que había llegado con la comitiva de los normandos y cuyo rostro había permanecido hasta entonces cubierto bajo el capuchón.

Corría abundantemente el vino, y sir Brian comenzó a jactarse de las proezas de los caballeros normandos en Tierra Santa.

-¿No había en el ejército inglés -preguntó ladi Rowena-, nombres dignos de mencionarse junto con los caballeros del Temple y de San Juan?

-Perdonadme, señora -replicó Bois-Guilbert-. El monarca inglés llevó a Palestina una hueste de valerosos guerreros, pero inferiores a aquellos otros, cuyos pechos fueron el inquebrantable baluarte de Tierra Santa.

-Nada de inferiores -dijo el peregrino, que había oído ya bastante, dando visibles señales de impaciencia durante la conversación.

Imposible es describir el sombrío ceño de rabia que oscureció todavía más el atezado rostro del templario, al repetir el peregrino su aseveración citando los nombres de Ricardo y de cinco caballeros, y añadiendo que se le había olvidado el del sexto, “de menor renombre y categoría”.