Escenario de la historia de Enriquillo


Jaragua, en la isla Española, hoy Santo Domingo, es una región maravillosa, rica y feliz, escenario de esta historia de “Enriquillo”. La habitaban tribus de una raza benigna dotada, junto a un entendimiento despejado, de gentiles formas físicas. Era regida por Anacaona, soberana hermosa, de superior talento.

Pero la historia, al recordar esa región, la rodea de una aureola de sangre y fuego, pues aquella isla estaba administrada a la sazón por el siniestro comendador Nicolás de Ovando, quien, para despojar de sus tierras y bienes a los nativos, un día aciago mandó asesinar en Jaragua a más de ochenta caciques adictos a Anacaona, y después de un proceso absurdo, la misma soberana murió en infame patíbulo.

Anacaona dejó una hija. Higuemota, viuda del capitán Guevara y madre de Mencía. Higuemota cuidaba a un sobrino de siete años, Guarocuya. quien, con el nombre de Enriquillo. estaba llamado a desempeñar un importante papel.

El valiente cacique Guaroa, que había escapado vivo de la salvaje matanza de Jaragua, llevóse a Guarocuya para criarlo en la libertad de las montañas, circunstancia que fue aprovechada por Pedro de Mojica, pariente del difunto Guevara, para acusar a Higuemota ante Ovando de haber entregado a Guaroa al pequeño Guarocuya. Mojica, ambicioso sin escrúpulos, tan contrahecho de cuerpo como de alma, administraba los bienes de la viuda y su hija, y anhelaba despojarlas. Ovando envió al teniente Diego de Velázquez con 40 infantes y 10 caballos para capturar a Guaroa, pero sólo consiguió, en una persecución estéril, diezmar su tropa hambrienta y cansada. Entonces un joven y humanitario licenciado que lo acompañaba, Bartolomé de Las Casas, le aconsejó:

-Convendría atraerlos con amor y dulzura a estos pobres indios, más bien que continuar cazándolos como a bestias feroces...

-¡Estáis bueno para fraile!

Pero finalmente Velázquez tuvo que rogarle entrevistara como mediador al cacique. Las Casas hizo comprender a Guaroa lo inminente de su ruina y el daño que causaba a su propia gente, y así consiguió que la mayoría de los indios, aconsejados por ambos, se sometieran. Guarocuya fue llevado a Santo Domingo. Guaroa, que se internó casi solo en las montañas, tuvo un singular combate con Velázquez y, antes de entregarse prisionero, sacó una daga que llevaba a la cintura y se la hundió en el pecho gritando: “¡Muero libre!”