Enriquillo obsequia al almirante doce neblíes que él mismo cazó y adiestró


En el convento de Vera Paz, Guarocuya fue bautizado con el nombre de Enriquillo. El licenciado Las Casas fue su protector, y el capitán Diego Velázquez, su padrino. Allí encontró el niño buena enseñanza para su despierta inteligencia en las lecciones de fray Remigio.

En el verano de 1509, Velázquez llegó al convento en busca de su ahijado, pues arribaba a la isla el nuevo gobernador, el almirante Diego Colón, hijo del descubridor de las Indias, en reemplazo del siniestro Nicolás de Ovando, y él quería ir a saludarlo juntamente con su ahijado. Guarocuya se sintió feliz: vería a su tía Higuemota (doña Ana de Guevara) y a su primita Mencía.

El joven cacique llegó providencialmente a tiempo para ver extinguirse la vida de su noble tía, enferma gravemente desde el momento en que se enteró del cruel destino de su madre Anacaona. Escuchó sus últimas palabras que fueron como un testamento: “Guarocuya, besa a tu prima, la que ha de ser tu esposa, si Dios escucha mis ruegos”. La niña Mencía fue desde entonces protegida por la virreina María de Toledo.

Las Casas consiguió que se le quitara al intrigante Pedro de Mojica la administración de los cuantiosos bienes de la huérfana Mencía y propuso al honrado Francisco de Valenzuela, quien tomó a su cargo la hacienda del Bahoruco y la dirección de la vida del joven Enriquillo.

Las Casas se ordenó sacerdote en Las Vegas y el día de la toma de sus hábitos se cantó la primera misa nueva en el continente.

Contra las intrigas de su enemigo Pasamonte, don Diego Colón requirió de sus amigos de las islas objetos de curiosidad y de valor para enviárselos al rey Fernando, y congraciarse con esos regalos. Don Diego de Velázquez y el tutor de Enriquillo, Francisco de Valenzuela, fueron los primeros en cumplir. Enriquillo había cazado doce halcones o neblíes y los adiestró para la caza- Éste fue uno de los regalos más del agrado del almirante. “¿Y los neblíes, cómo los cazas?” “Ése es mi ejercicio de los domingos y días de fiesta, señor Almirante -respondió Enriquillo-; Ortiz, el escudero de mi padrino don Diego, me enseñó todo lo concerniente a cetrería en la Maguana. De él aprendí a armar lazos sutiles; a sorprender en sus escarpados nidos a los polluelos, o a aturdirlos cuando ya vuelan, disparándoles flechas embotadas. Después los domestico fácilmente, dándoles de comer con mi mano mariposas y otros insectos; los baño en las horas de calor, los acaricio, y pronto consigo que no se asombren cuando llego a cogerlos. Al salir de la muda, los macero reduciéndoles el alimento, con lo que los obligo a procurar por sí mismos la presa, hasta que se adiestran completamente solos; sólo entonces los lanzo contra las otras aves; y ya sea la tórtola que se embosca en los árboles, o el pitirre que pasa rozando el suelo, o el vencejo que se remonta en las nubes, mi halcón vuela rápido y trae la presa a mis pies”.