Definitivo triunfo de Enriquillo después de trece años de lucha


La cuarta y quinta expedición fueron las de Pedro Ortiz de Matienzo y Pedro de Soria. Seguían las irrupciones salvajes y terribles de Tamayo, quien se había separado de Enriquillo y hacía la guerra por su cuenta con una ferocidad inigualada. Arribó cierto día un barco y los indios lo capturaron. Enriquillo libertó la tripulación y tomó para sí el cargamento de oro, aljófar y perlas. ¡Sintieron los conquistadores tanto dolor y angustia como si les arrancaran las entretelas del corazón! Los perjudicados influyeron en fray Remigio, y éste acudió a presencia del cacique, tratando de convencerlo de que debía deponer las armas y entregarse, pero Enriquillo se mantuvo firme.

Entretanto, el ilustre obispo Sebastián Ramírez, nuevo gobernador de la Española, escribe al emperador Carlos la relación del estado de la isla, sin paz ni seguridad, al borde de la ruina. Explicaba hechos de valor y humanidad de Enriquillo y creía justo atraerlo a términos pacíficos por concesiones que repararan los agravios que recibieran él y los suyos. Entonces Enriquillo, el sagaz Guaro-cuya, llegó a admitir la posibilidad de una transacción final que asegurara la libertad de su raza en la Española. El capitán Francisco de Barrionuevo, llegó en la nave Imperial, con mandato del mismo Carlos I a pacificar la Española. El magnánimo emperador se dignó escribirle una bondadosa carta, mostrándose enterado de sus altas calidades personales y de la razón con que se había alzado en las montañas, ofreciéndole absoluta gracia y libertad perfecta a él y a todos los que le estaban subordinados si deponían las armas, brindándoles tierras y ganados de patrimonio real. Barrionuevo llegó solo. Enriquillo puso la carta del emperador sobre su cabeza en señal de acatamiento. La paz significó extraordinario júbilo en toda la colonia. Joyas, sedas e imágenes para el victorioso Enriquillo, cacique Guarocuya y su esposa. El padre Las Casas no se limitó a compartir la satisfacción por el próspero acontecimiento, y saliendo del claustro con licencia de sus superiores fue al Bahoruco; palmas y cánticos; el ángel tutelar de los indios bautizó a Tamayo, y Enriquillo fue a orar ante la tumba del inmortal Guaroa. Ésta es la historia de la célebre rebelión de Guaro-cuya, o sea el cristiano cacique Enriquillo, que por más de trece años resistió la fuerza de las armas, los ardides enemigos y las tentadoras promesas.