Gunther, ayudado por Sigfrido, derrota a Brunequilda


Crimilda preparó por su mano los magníficos trajes de los caballeros, de gran belleza y primor, para que no tuvieran que avergonzarse en la magnífica corte de Brunequilda. Llegado el día de la partida, descendieron por el Rin en una barca. Sigfrido gobernaba el timón, y Gunther remaba. Los otros caballeros que los acompañaban eran Hagen y su hermano Dankwart. Todos fueron bien acogidos y agasajados por Brunequilda, a la que Sigfrido había presentado a Gunther como su señor, a fin de que Brunequilda le considerara como un gran rey y se sintiera mejor dispuesta en. su favor.

Al saber la reina que Gunther deseaba tomarla por esposa, fijó la hora en que debían verificarse las tres pruebas acostumbradas; pero Sigfrido imaginó una manera de burlarla. Había traído consigo un manto mágico, la trankappe, que hacía invisible al que lo usaba, y que él había arrebatado a los enanos que guardaban el tesoro de los nibelungos; cubrióse con él y se colocó al lado de Gunther para las pruebas. Brunequilda, vestida de brillante armadura, estaba pronta a entrar en liza con su pretendiente, mientras tres de sus caballeros le llevaban con dificultad la enorme lanza que acostumbraba a manejar. A su vista, Gunther perdió el ánimo, pues sabía que sus fuerzas no eran suficientes para blandir tan poderosa arma; lo mismo pensaron los otros dos caballeros, Hagen y Dankwart. Los tres comenzaron a arrepentirse de su empresa. Pero se sobrepuso a su desaliento el regio campeón al oír junto a sí la voz de Sigfrido: “Valor, amigo mío, yo te ayudaré. Venceremos a la orgullosa reina. Dame tu escudo. Ten sólo cuidado de no revelar nunca el secreto de este auxilio mágico.”

Al arrojar la poderosa Brunequilda la tremenda lanza, cayó Sigfrido por tierra por la fuerza del golpe que recibió en su escudo; pero, levantándose al instante y tomando la potente arma la lanzó contra el escudo de Brunequilda, la cual, a su vez, cayó al suelo. De la misma manera, Sigfrido, que era el hombre más vigoroso del mundo, ayudó a su señor en las otras pruebas, que consistían en arrojar una piedra y correr a recogerla en su caída, de modo que, por fin, la orgullosa reina hubo de confesarse vencida y consintió en tomar por esposo a Gunther. Pero, antes de alejarse de su patria, quiso reunir a todos sus parientes y amigos para despedirse de ellos; esta idea alarmó a los caballeros del país del Rin, que temían una traición. Por ello Sigfrido partió solo y apresuradamente, pero regresó con mil guerreros de los nibelungos, con cuyo auxilio nada podían temer. Estos famosos caballeros formaron la más gloriosa escolta de Gunther y Brunequilda a su entrada triunfal en el país del Rin.