Encuentro de Sigfrido y Crimilda en las fiestas del rey


Oyó Crimilda que los caballeros habían vuelto victoriosos, y llamando secretamente a un heraldo a su cámara, le pidió le contara todos los pormenores de la victoria, no osando preguntarlos en público por miedo de revelar el secreto de su corazón; pues se había enamorado del ínclito vencedor. Al oír el relato de sus hazañas sentía su alma conmovida y orgullosa; y el gozo se reflejaba en su rostro.

Después de esta aventura, creyó Sigfrido llegado el momento de regresar a su patria, pero no pudo resistir a las instancias que se le hicieron para que se quedase en la corte; y su amor a Crimilda, a quien todavía esperaba ver y cuyo cariño confiaba conquistar, le impulsaba ya a ello. El rey Gunther, para celebrar aquella gran victoria, dio una fiesta que duró doce días, y para honrar a Sigfrido quiso que su propia hermana viniera a felicitarle. Presentóse, pues, Crimilda, bella como la aurora, y el héroe se inclinó profundamente ante ella, mudo de admiración al ver aquel portento de hermosura. Mientras duró la fiesta, pasearon cada día juntos por los regios salones, y en sus dulces miradas leían mutuamente su profundo y recíproco amor.

Sucedió, poco tiempo después, que el rey Gunther oyó contar la historia de una reina altiva y orgullosa, que vivía al otro lado de los mares, en Islandia, y cuya mano ningún hombre había podido obtener. Era la reina tan vigorosa y ágil, que, según la fama, nadie era capaz de arrojar una barra, tirar una piedra, y correr a recogerla, como tilla. Cada vez que se presentaba un pretendiente, se le obligaba a competir con la reina en estas habilidades, y si era vencido se lo condenaba a muerte; de esta suerte habían perecido muchos caballeros, y ni uno solo había salido vencedor. Gunther confió a Sigfrido su deseo de conseguir por esposa a la orgullosa reina, y le pidió consejo. Conocía ya el joven a la famosa soberana, cuyo nombre era Brunequilda y ofrecióse gustoso a ayudar al rey, con la condición de que él le concedería la mano de su hermana Crimilda. Accedió Gunther; y la jefatura de la expedición fue confiada a Sigfrido. Sólo cuatro caballeros debían emprender el viaje, con sus corceles respectivos y vestidos tan ricamente como les fuera posible.