Ansiando vengarse, Crimilda consiente casarse con Atila, rey de los hunos


Por espacio de trece años vivió Crimilda en la corte de Borgoña, consumiendo su alma la pena y el deseo de venganza. Al cabo de este tiempo, ocurrió algo digno de mención. La fama de su belleza que ni el tiempo ni el dolor, ni sus irritados pensamientos, marchitaban, llegó a oídos de Etzel (Atila), rey de los hunos, cuya querida esposa, Helca, había muerto recientemente, dejando a su marido sumido en profunda tristeza y soledad, y a todo el país afligido. Etzel pensó que si podía obtener por mujer a la bella Crimilda, se calmaría su pena y la de su pueblo, y para lograr su propósito envió a la corte de Borgoña a su más elocuente caballero, el margrave Rudeger. Durante largo tiempo, Crimilda negóse a oír ni una palabra de tales propósitos, repitiendo que su corazón estaba muerto y enterrado con Sigfrido; pero tantas veces le juró Rudeger que tanto él como todos los de su país, estaban dispuestos a servirla hasta el último aliento, y a no permitir que se le hiciera el menor mal, que, por fin, vio Crimilda en la alianza propuesta un medio de satisfacer su venganza, y así accedió a dar su mano al rey Etzel. Entonces fue conducida al país de los hunos, donde todo el mundo la acogió con grandes muestras de regocijo.

Durante siete años gobernó Crimilda con Etzel su nuevo reino. Tuvo un hijo, a quien dieron el nombre de Ortlieb, y para celebrar su nacimiento se organizaron solemnes fiestas. Pero Crimilda, viendo que sus deseos eran leyes y su poder no tenía límites en el país, empezó a meditar el modo de llevar a cabo sus proyectos de venganza, por tanto tiempo acariciados. No tenía duda de que, si lograba atraer a su corte al odiado enemigo, le sería fácil concertar su muerte. Y conociendo la inalterable lealtad de Hagen para con su hermano, discurrió que el mejor medio de conseguir su fatídico propósito era obtener que el rey del país del Rin viniera a la corte de Etzel.