Historia del desgraciado Antonio y sus grandes desventuras


En otra ocasión preguntó el conde Lucanor a Patronio cuál era su opinión acerca de los que tratan de indagar lo porvenir y hacen profecías con auxilio del espíritu maligno. Patronio le contestó con la siguiente anécdota aleccionadora, "En tiempos lejanos vivió un hombre que había sido muy rico, pero sobre el cual cayeron tantas calamidades que quedó sumido en la mayor miseria. A nadie agrada ser pobre, pero menos todavía al que ha disfrutado de todos los placeres y comodidades de la vida y no puede pasar sin ellos. Por esta razón nuestro hombre, al que llamaremos Antonio, se sentía en extremo desgraciado. No tenía qué comer y era incapaz de ganarse el sustento; y errante andaba por los montes, discurriendo que no le quedaba más remedio práctico que poner fin a sus días.

"En sus correrías tropezó con un hombre de elevada estatura, que estaba sentado en una piedra, el cual le preguntó la causa de la tristeza que revelaba su semblante, y Antonio le confió sus cuitas. Al terminar el relato, díjole el forastero que si quería poner en práctica sus consejos llegaría, sin correr ningún peligro, a poseer mayores riquezas que las que había tenido en su vida. Vaciló Antonio, pero el forastero añadió que él mismo podía dárselas, puesto que era el demonio y para su poder no existían límites.

"Era tan pobre y desgraciado Antonio, que no creyó poder hacer otra cosa que aceptar la oferta, aunque le repugnaba en extremo tener tratos con el diablo. En consecuencia, prometió hacer cuanto se le dijera.

"El espíritu infernal lo acompañó de noche a casa de un negociante muy rico, cuya puerta hizo que se abriera instantáneamente y ordenó a Antonio que entrara y robara cuanto pudiera llevar consigo. A la noche siguiente se repitió lo mismo, y así sucesivamente hasta que Antonio pudo comprar una hermosa casa y vivir en ella con toda comodidad.

"Pero le parecía cosa tan fácil robar con auxilio del demonio, que, no contento con lo que poseía, continuó apoderándose de lo ajeno por gusto y costumbre. El diablo lo animaba a ello, diciéndole que no corría ningún peligro, pero que si algún día se veía algo apurado no había de hacer más que gritar: ";A mí, don Martín!" y que al momento acudiría el demonio en su ayuda.

"Una noche salía Antonio de la casa en que acababa de robar, cuando fue detenido por un corchete. Invocó a don Martín e instantáneamente acudió el espíritu maligno y quedó libre. Continuó en sus malos hábitos después de esto; y, como el suceso se repitiera algunas veces, Antonio acabó de perder el miedo y los pocos escrúpulos que le quedaban, confiado en el auxilio del diablo.

"Pero una noche, a pesar de llamar con empeño a don Martín, nadie acudió a libertarle y fue llevado a la cárcel y después conducido delante de los magistrados, y hasta que éstos empezaron las indagaciones, no se presentó el diablo. Antonio le preguntó cómo había tardado tanto, y el demonio contestó que graves asuntos le habían detenido en otra parte, pero que, en cuanto los tuvo despachados, se había dado prisa en acudir a su llamamiento. De este modo se vio libre Antonio y siguió robando.

"Tampoco acudió nadie al llamar a don Martín la próxima vez en que fue sorprendido. Se le declaró culpable y lo condenaron a larga prisión. Mientras estaba en la cárcel se le presentó el diablo, para disculpar su tardanza.

"Más tarde fue descubierto en el acto de robar y tampoco acudió don Martín. Desesperado Antonio mató a uno de los carceleros y fue condenado a muerte. Entonces se presentó don Martín, y lo libertó después de haber añadido este nuevo y horrible crimen a los muchos que ya manchaban su negrísima conciencia.

"Continuó robando sin ser descubierto por algún tiempo, hasta que una noche lo sorprendieron y condenaron a ser ahorcado. En vano llamó a don Martín, y hasta que empezaron a levantar el cadalso no acudió el demonio. Le dijo a Antonio que iba a ser sumamente difícil salvarle, ya que había sido tan imprudente; le dio, empero, un saco lleno de oro y plata para que lo entregase al alcalde y lograra de este modo su libertad.

"Al recibir el alcalde el saco de oro, declaró que no estaba bien probada la culpabilidad de Antonio y que, además, hacía tanto tiempo que no se había ahorcado a nadie, que no tenían cuerda a propósito para ello; por tanto, lo más sensato era volver a Antonio a la cárcel y esperar sus instrucciones. La intención del alcalde era perdonar a Antonio, pero antes quería contar el dinero del saco.

"Al abrirlo, el alcalde no encontró oro en él, sino una larga y sólida cuerda. Así ordenó que fuera de nuevo llevado Antonio al lugar del suplicio, y que lo ahorcaran con aquella misma cuerda.

"A gritos invocaba el infeliz a don Martín y acudió, en efecto, el demonio, pero fue para ayudar a ponerle la soga al cuello; y a los reproches del desgraciado contestó el diablo que así acostumbraba conducirse con los que imploraban su auxilio. Añadió que ya no tendría necesidad de llamarlo en lo sucesivo, puesto que aguardaba para cargar con su alma."

De este modo perdió Antonio alma y vida, por haber depositado su confianza en el maligno espíritu; y Patronio dijo al conde Lucanor que tal es la suerte que aguarda a los que invocan al demonio para que los haga ricos o les descubra el porvenir; porque todo poder es vano, salvo el del Altísimo, y en Él hemos de poner nuestra confianza, si no queremos ser engañados.