La carta que trajo mala suerte al joven marino


Es indecible la consternación que este suceso produjo entre todos los amigos del joven Dantés. Demasiado joven para estar al corriente de las intrigas de la política, demasiado franco y noble para mezclarse en maquinaciones secretas, demasiado honrado para ejercer de contrabandista, nadie podía adivinar la causa por la cual había sido preso.

Su principal, Señor Morrel que tenía en Edmundo absoluta confianza y estaba dispuesto a responder de él en todo cuanto pudieran exigirle los jueces, procuró consolar al anciano padre del desgraciado marino y a Mercedes, diciéndoles que debía existir alguna terrible equivocación y que el hijo y futuro esposo les sería, sin duda, devuelto dentro de poco.

El gran aturdimiento que mostró Edmundo, cuando apareció ante el juez Villefort, substituto del fiscal, para ser sometido al interrogatorio, era de suyo una prueba evidente de su inocencia. Así lo reconoció el propio fiscal; más todavía, tan seguro estaba de que el joven marino no sólo era inocente, sino que desconocía en absoluto las intrigas políticas, que estuvo a punto de dejarle en libertad provisional, hasta tanto que con sus investigaciones hubiese averiguado con certeza que el causado poseía una carta del gran mariscal de Napoleón desterrado en la isla de Elba, y dirigida a un personaje de París. Con estas buenas disposiciones para con Edmundo, dio un vistazo a los objetos que habían sido sustraídos al acusado; entre ellos, encontró la carta. Iba dirigida a un tal Noirtier, y al leer el sobre, las facciones de Villefort experimentaron súbitamente un cambio terrible.

Interrogó vivamente y con la mayor perspicacia a Edmundo sobre lo que sabía de la carta, y quedó satisfecho al convencerse de que el joven marino lo ignoraba todo, fuera del nombre y dirección de la persona a la cual se había comprometido a entregarla.