El preso desconocido que practicaba una galería en la pared del castillo


Al primer golpe cesó el ruido como por encanto, y durante aquel día no volvió a oírse. Pasó también la noche en medio del mayor silencio, lo cual acabó de persuadir a Edmundo que debía proceder de algún preso que se abría camino para recobrar la libertad.

Actualmente no ansiaba otra cosa que recuperar sus fuerzas. Ya no se negó a comer. Los ruidos no volvieron a percibirse, pero tres días después, adquirió la certeza de que el desconocido preso volvía a trabajar sirviéndose de una palanca para mover las piedras" en vez de emplear un escoplo. Entonces Edmundo se decidió a trabajar también él por abrirse un camino; tal vez se encontraría con el otro preso.

La única idea práctica que podía ocurrírsele para llevar a cabo su empresa, fue romper el jarro del agua y esconder dos o tres pedazos en la cama. Con uno de estos pedazos escarbó la pared durante toda la noche, quitando la húmeda capa de mortero que rodeaba una gran piedra del muro, piedra que luego quedaba oculta al colocar la cama en su sitio. En realidad parecía adelantar muy poco; pero aquella noche oyó distintamente al trabajador subterráneo que continuaba abriéndose camino.

A la siguiente mañana, refunfuñó el carcelero al ver el jarro hecho pedazos y fuese a buscar oteo, y, cuando ya se hubo marchado para no volver hasta mediodía, el pobre preso reanudó alegremente su labor de escarbar la capa de mortero.