La tía de David escoge una carrera para éste y le facilita los medios para seguirla


Los felices días de Canterbury tuvieron su fin; y la tía de David le mandó dinero para que pasara por algún tiempo a Londres, o a cualquiera otro punto que quisiera, por vía de vacaciones, durante las cuales pudiera considerar cuál había de ser su próximo paso en la vida. Fue a Londres, y allí por casualidad encontró a Steerforth, por quien sentía todavía admiración. Este joven, presumido y amigo de divertirse, lo acompañó en una visita a la casa de los Peggotty, sólo por pasar un buen rato. Simulaba que le interesaba cuanto veía en Yarmouth. David, entretanto, había pensado muy poco en su próximo paso, y una carta de su tía lo decidió. Pagando mil libras esterlinas a la casa Spenlow y Jorkins, podía hacerlo entrar como pasante en un ramo de la legislación que se relacionaba principalmente con asuntos de la Iglesia y casamientos. Podía llegar a ser un procurador, que era una buena profesión, excelente y productiva. Steerforth dijo que era una buena carrera, y David aceptó el plan de su tía. Cuando volvió a Londres, su tía lo hizo vestir con la mayor elegancia que jamás usaron los jóvenes distinguidos, y alquiló para él lujosas habitaciones. No tardó David en figurarse que era un elegante a la última moda, y se complacía en recibir a Steerforth en sus habitaciones. Su profesión no hacía grandes progresos; no obstante, el señor Spenlow lo invitó a pasar a su casa; y en cuanto entró en ella, quedó locamente enamorado de la señorita Dora, hija de su principal, muchacha huérfana de madre, despejada y atractiva, la cual se enamoró también de él.

Lástima que cuando todo parecía sonreír a nuestro héroe, la desgracia le preparaba mil calamidades. Urías Heep logró dominar al señor Wickfield, explotando la debilidad de este caballero por la bebida y complicándolo en operaciones fraudulentas. Emilita había de casarse con el honrado Ham, pero huyó al extranjero con Steerforth; por lo cual hubo grande tristeza y luto entre la sencilla gente de Yarmouth. David pretendía casarse con Dora Spenlow, pero de pronto su tía le participó que había perdido toda su fortuna, excepto la casa de Dover, que había alquilado, y que iba a tomar una habitación con él en Londres, mientras el señor Ricardito se hospedaría en la vecindad. David vio disiparse su esperanza de llegar a ser procurador, porque no pudo pensar en continuar por más tiempo sin ganar dinero para socorrer a su tía. No logró tampoco que le devolvieran nada de las mil libras pagadas; y entonces se vio que la casa estaba muy corta de dinero, y habiendo muerto el señor Spenlow dejó a su hija desamparada, en vez de dejarle un rico patrimonio, como la mayor parte de la gente creía. De modo que David hubo de ganar algún dinero como secretario de su antiguo director de escuela, doctor Strong, el cual se hallaba a la sazón en Londres ocupado en hacer un diccionario; y al propio tiempo aprendió taquigrafía y se hizo periodista. El señor Micawber mudó de situación por este tiempo, con grandes perspectivas de mejora, e invitó a David y a Traddles, con quien David había renovado su antigua amistad, a un banquete de despedida, en el cual pronunció este discurso:

“Mi querido Copperfield -dijo el señor Micawber, levantándose con los pulgares en los bolsillos del chaleco-, compañero de mi juventud (si se me permite la expresión), y mi estimado amigo Traddles (si se me consiente llamarle así): Me permitirán que en nombre de la señora Micawber, de mí mismo y de nuestra descendencia, les dé las gracias en los términos más calurosos e incondicionales por sus enhorabuenas. En vísperas cíe un viaje que nos conducirá a una existencia enteramente nueva (el señor Micawber hablaba como si hubieran de ir al fin del mundo) , no podía ye menos de dedicar algunas frases de despedida a dos amigos tales como los que veo aquí presentes. Mas lo que les he de decir ahora, se lo tengo ya dicho otras veces. Cualquiera que sea el puesto que pueda yo llegar a ocupar en la sociedad, por medio de la sabia profesión de la cual voy a convertirme en indigno miembro, procuraré estar a la altura de mi cargo, y la señora Micawber será gala y adorno de él. Bajo el apremio accidental de compromisos pecuniarios, contraídos con intención de liquidarlos inmediatamente, si bien quedan sin liquidar por una adversa combinación de circunstancias, me he visto obligado a tomar un adorno nada conforme con mis naturales inclinaciones (me refiero a los anteojos) y a apropiarme de un apellido, para llevar el cual no tengo título legítimo alguno. Todo lo que he de decir sobre este particular es que la nube se ha ido del triste escenario, y que el dios del día brilla Una vez más sobre las cimas de los montes. El lunes próximo, al llegar la diligencia de las cuatro de la tarde a Canterbury, mi pie pisará mi país natal. He dicho.”

Todo esto significaba sencillamente que Micawber iba a ser empleado de Urías Heep, en Canterbury, porque el inicuo era ahora el verdadero dueño del negocio del señor Wickfield, y con su “modesta” madre vivía en la casa, para tormento de la pobre Inés.