Felices días de David como estudiante en la antigua ciudad de Canterbury


Y así empezó un nuevo y agradable capítulo en la vida de David, pues, en lugar de ser la señora Trotwood la agria vieja que prometía su comportamiento en la noche en que nació David, se mostró la más bondadosa y la mejor de las tías, y perdonó a David su condición de muchacho, si bien hizo que se llamara en lo sucesivo Trotwood Copperfield. Pasó muchos días felices con el señor Ricardito, cuya cuita mayor era no poder dejar de citar la cabeza del rey Carlos en un memorial que estaba escribiendo para someterlo al gobierno. Siempre citaba la cabeza del rey Carlos en algún punto, y entonces tenia que empezar todo el trabajo de nuevo. Fuera de esto, el señor Ricardito era un caballero anciano, apacible e interesante, que gustaba de hacer volar grandes cometas y se avenía muy bien con David, cuya tía, a la larga, decidió mandarlo a la academia del doctor Strong, en Canterbury, y le procuró hospedaje en casa de su abogado en. aquella ciudad, el señor Wickfield, cuya hermosa e inteligente hija Inés dirigía la casa desde la muerte de la señora Wickfield.

David era muy feliz aquí, tanto en la escuela como en la pensión, y llegó a considerar a Inés como a su compañera, a la cual podía contar sus más íntimos pensamientos. La única persona que le disgustaba era el pasante del señor Wickfield, un joven llamado Urías Heep, quien impuso su trato a David y pretendía siempre ser muy humilde. “Sé muy bien -decía- que soy la más modesta persona de la tierra, sin meterme en lo que los demás puedan ser. Mi madre también es una persona muy modesta”. Este joven en el fondo odiaba a David, porque él e Inés eran tan cordiales amigos, y el abyecto bribón había de ocasionar más adelante muchas desgracias en este reducido hogar.