El primer día desagradable de David en el pensionado de Salem


“El pensionado de Salem se hallaba establecido en un edificio de forma rectangular y fábrica de ladrillo, con alas de aspecto pobre y desmantelado. Había tantísima quietud en todo él, que hube de manifestar al señor Mell mi creencia de que los alumnos estuvieran fuera, y éste, mostrándose sorprendido de que yo no supiera que era tiempo de vacaciones, me hizo, saber que los niños se habían marchado a sus casas; qué el señor Creakle, el dueño, estaba veraneando en la costa con su señora esposa e hija, y que yo había sido mandado allí en castigo de mi mal comportamiento, todo lo cual él me explicaba, según íbamos andando.

“Contemplé la clase a la cual me llevó, como el más desolado y desamparado local que hubiese visto en mi vida. Parece que todavía lo veo: una larga sala con tres prolongadas hileras de pupitres, y seis de bancos, erizada de percheros para sombreros y pizarras; trozos de cuadernos viejos y de ejercicios esparcidos por el sucio suelo, y algunos cucuruchos de papel desparramados sobre los pupitres. Dos miserables ratones blancos, dejados por su dueño, corren arriba y abajo en un mugriento castillo hecho de cartón y alambre, buscando en todos los rincones, con sus ojos rojizos, algo que comer. Un pájaro en una jaula muy poco mayor que él, lanza de cuando en cuando una lúgubre estridencia, saltando sobre su percha, a cinco centímetros de altura, o bajando de ella, pero ni canta ni chirría.