El director de la escuela era un hombre severo pero bondadoso


Teníamos ocho profesores en la escuela. El de la segunda clase era alto, con grandes melenas negras y rizadas, barba negra también y grandes ojos oscuros y su voz era tan bronca como la de un cañón; pero aunque su aspecto daba miedo, se sonreía constantemente. Nuestro profesor de gimnasia era un verdadero tipo de soldado: combatió con Garibaldi y todavía conservaba las cicatrices de la guerra. El director era alto también, y calvo, y tenía una larga barba gris. Cuando los profesores enviaban a los muchachos a su cuarto para que los riñese, él los tomaba de la mano y empezaba a hablarles bondadosamente, explicándoles las grandes ventajas que tiene ser bueno; de modo que todos salían con los ojos enrojecidos y resueltos a portarse bien de allí en adelante. Nadie le había visto sonreír desde que su hijo murió en el ejército.

En memoria de su hijo sale siempre a la calle para ver pasar a la tropa. Una vez estábamos* con él, mientras pasaba un regimiento de infantería, y uno de los muchachos se rió de un soldado que caminaba cojeando. El director le reprendió al instante, diciendo que reirse de un soldado es un acto de cobardía. Luego vimos pasar a un oficial que llevaba la bandera del regimiento, y el director nos dijo que la saludáramos. El oficial se sonrió y nos 'devolvió el saludo con amabilidad.

Me acuerdo de que, hacia este mismo tiempo, mi madre me vio una vez pasar por delante de una pobre mujer que pedía limosna, sin darle nada, aunque tenía yo algunas monedas de cobre en el bolsillo. Mi madre me dijo que cuando ella daba una moneda a un pobre, y él le decía "Dios la bendiga a usted y a sus hijos", era ella la que se sentía más agradecida. Esta reflexión de mi madre me hizo sentir avergonzado, y me propuso ser más caritativo con los pobres.