Sueños y visiones de Colmillo Blanco: reviven los fantasmas


Fijáronse entonces en Colmillo Blanco. También él yacía de lado. Tenía los ojos cerrados, pero sus párpados se levantaron ligeramente en un esfuerzo por mirarlos cuando se inclinaron sobre él, y la cola se movió perceptiblemente en un vano esfuerzo por menearse. Weedon Scott lo acarició, y en respuesta el lobo emitió un gruñido de reconocimiento; pero era un gruñido muy débil y rápidamente cesó. Sus párpados cayeron, cerrando sus ojos, y todo su cuerpo pareció aflojarse, hasta quedar inmóvil.

Colmillo Blanco recibió los más solícitos cuidados. Convertido en un prisionero, privado de movimientos por las vendas y tablillas pasó semanas enteras. Dormía mucho y soñaba también mucho. Por su mente desfilaban mil visiones de las tierras del Norte. Todos los fantasmas del pasado revivieron y se presentaron ante él. Otra vez volvió a vivir en el cubil con Kiche, se arrastró temblando hasta las rodillas de Castor Gris para ofrecerle sumisión, y, para salvar su vida, huyó lejos de Lip-Lip y toda la jauría de cachorros que lo acosaban.

Nuevamente se desplazó en medio del silencio, cazando seres vivos que habían de servirle de alimento en los meses del hambre, y otra vez marchó al frente de la trailla restallando a sus espaldas el látigo de Mitsah y de Castor Gris, que gritaban: “¡Raa! ¡Raa!” cuando se acercaban a un pasaje estrecho y la manada se cerraba como un abanico para atravesarlo. Nuevamente vivió los días pasados con el Hermoso Smith y volvió a trabarse en aquellas terribles riñas. En tales oportunidades se quejaba y gruñía en sueños, y los que lo observaban decían que tenía pesadillas.

Por fin llegó el momento en que le sacaron los últimos vendajes y tablillas. Fue un día de fiesta para la familia. Toda Sierra Vista se había reunido alrededor de él. El amo le frotaba las orejas, y él respondíale con ese amoroso gruñido en que vibraba la nota de placer. Trató de ponerse en pie, y después de varias tentativas cayó por efecto de la gran debilidad. A causa de la larga postración, los músculos habían perdido su vigor y flexibilidad. Tras heroicos esfuerzos logró al fin quedarse apoyado sobre sus cuatro patas, aunque tembloroso y tambaleándose.

-Tendrá que aprender a caminar de nuevo -observó el médico-. De modo que puede comenzar ahora mismo. No le hará ningún daño. Llévenlo afuera.